El libro de la Sabiduría absoluta se encuentra en la única, pequeña y norteña isla de Imaginaria, la Isla de Dot.
Todo el saber de las Eras yace escrito en las 9,3016×10**13 páginas amarillentas del enorme tomo IV. Nadie sabe a ciencia cierta si hay más de esos libros y se supone que, si es que los hubo, se han perdido en la más abyecta realidad cíclica.
Los curiosos y los aventureros suelen animarse a cruzar a nado el peligroso estrecho y, desoyendo los consejos de los locales, llegan a la isla para trepar por la escarpada colina que los conduce al humilde altar de la cima, no sin sorprenderse luego, al ver la aerosilla que por unas pocas monedas los hubiera llevado sin más esfuerzo que sentarse de cara al Sol por la frondosa ladera Este.
Allí, como olvidado a las inclemencias del tiempo que parece ignorar, el libro se eleva majestuoso.
Ya a su lado, solo los más bravos y valientes se animan a dar los últimos pasos hacia su imperturbable tapa dura. Esta vez sí, escuchan y consideran los consejos de los expertos: “-…lleven calzado cómodo y un buen par de medias”, “-…dejen sus mochilas y todo bagaje innecesario, incluso sus lentes o monóculos. No los usarán”, “-…diríjanse directo al tema que más les interesa; una vez allí, no pasen a la siguiente página sin haber comprendido la totalidad de aquella dónde se encuentran“, “-…Recuerden, el saber duele.”. Estas advertencias parecen no tener sentido, después de todo, uno va a leer un poco nomás. Pero, una vez arriba, no tardan en tomar conciencia del desafío aceptado.
Un pequeño ascensor te lleva a una explanada desde donde, en un extraño dispositivo, puedes elegir el número de página a la que quieres ir, incluso tiene una opción que elige por vos en forma aleatoria. Antes de bajar los dos escalones que te separan del Atlas infinito, prolijas letras de molde advierten: “Eres aquello que haces, no aquello que dices que harás.” Te pican el boleto y cruzas el molinete al conocimiento .
El tema elegido me entusiasma: “La Razón de la Existencia”. Piensen, estoy sobre el Libro de la Sabiduría Absoluta y a punto de comenzar a leer sobre el porqué de todos los porqués. La piel se me escarpa.
Caminé hasta la última “a” del título y, entonces, después de transitar los 25 caracteres de la primera frase, tomé conciencia del problema. Cada letra era más alta que yo, la hoja impresa se perdía en un horizonte de anchos y largos. En cualquier punto de cualquier oración había espacio suficiente para acomodar mi cama. Esto, sin lugar a dudas, tomaría tiempo, mucho tiempo, …y grandes cantidades de café.
Pasaron años. Volví a la casa ausente, delgado, barbudo y desalineado. Nadie me reconoció en el pueblo. No era el mismo que subió a la cima de la isla de Dot, ni siquiera el mismo que había bajado. Sin expresiones triunfalistas, ni sonrisas, ni tristezas, más bien, cierto cansancio melancólico de barrio.
Abrí la puerta y los muebles parecían ser los mismos que dejé. El aire en la habitación olía a recuerdos lejanos. Las plantas se habían secado pero incluso así parecían confidentes. Miré a través de los vidrios de una ventana cerrada y la isla, a lo lejos, era solo un punto que dividía el horizonte en dos perfectos hemisferios.
Me senté cerca del fuego. El Sol me alcanzó con sus caricias de oro y me dormí. A la mañana siguiente sobresaltado abrí los ojos, debía seguir leyendo, caminando, aprendiendo, ¿de qué me estaba olvidando?… No, tranquilo, estaba en casa, ya estaba en casa. Y por un momento me sentí relajado, pleno, dispuesto. Había mucho por hacer, mucho que empezar.
En todo ese tiempo había leído apenas una página incompleta del Libro y ahora… todo era igual, nada lo era.
En Imaginaria todos deben procurar leer algo del Gran Libro. No todos lo logran, pero hasta no intentarlo, los derechos imaginarios se reducen a la mínima expresión. En la Comarca Carmesí solo el saber refutable te hace libre. El ciudadano pleno es aquel que realiza el viaje y al menos comprende la inmensidad de su página. Si aprende a usarla, y no todos lo logran, lo hará para ayudar a otros, el conocimiento es un bien inútil para quien no sabe aplicarlo.
Era un nuevo y radiante día en el Reino. Había que seguir aprendiendo.