(2 de junio de 1926 – 12 de octubre de 2020)
Recuerdo mi primer día en el Jundokan So Honbu.
Cinco minutos antes de las 17:00, hora a la que las puertas del famoso Dojo de Asato abre sus puertas, me acerqué caminando por la callecita que conecta con Sogenji Dori.
Feliz y a paso veloz, tan veloz como me lo permitían mis “hojotas”, ya podía ver el gran edificio de tres plantas de la familia Miyazato.
A escasos 50m antes de llegar, sobre el final de la calle, justo frente al Dojo, un anciano en karategi impecable, lustraba con esmero y dedicación un imponente Mercedez Benz.
Mi sonrisa de niño que espera su regalo de cumpleaños, comenzó a desdibujarse con cada paso; pasos cada vez más cortos a medida que pensaba: -“…Si a este buen hombre lo tienen al rayo del Sol de Okinawa, lustrando un auto, qué será de mí que soy “el nuevo”????“
Seguía avanzando por inercia, mis pies se arrastraban, mi mente pensaba: “…esto no puede estar pasando“
No soy de rehuir al trabajo duro, he levantado paredes en la nieve, esquilado ovejas, he trabajado en la zafra y hasta cortado el pasto en las ásperas colinas de Spokane, WA… y estoy orgulloso de eso, pero esta vez no venía preparado para “el derecho de piso”.
Mi pies se movían en cámara lenta, cada paso era el último… cuando, de repente, el hombre con el paño en la mano levanta la mirada y con una enorme sonrisa detiene su dedicada labor y me recibe como si me conociera de siempre:
–Paburo san??? Aruzentin???
Me estará esperando para pasarme la posta del lustrado?, pensé. No tuve coraje para responderme. De todas formas, ya era tarde para “escapar” y acepté las consecuencias.
-Hai sensei… dije con cierta resignación, y él, muy cordialmente, me invitó a pasar.
Ya estaba dentro del famoso Dojo, pisando el mismo suelo que los más grandes maestros del Goju Ryu y un poco a la defensiva, como esperando el golpe…
–Lo estabamos esperando… -dijo- Sabe hacer Gekisai Dai Ichi??? …y así empezamos.
Dos maravillosas horas haciendo Kata. Solo palabras de aliento y pequeños consejos. Agua para refrescarme e hidratarme y pausas para que mi rendimiento no se viera afectado por el calor y la humedad de la isla. Este jovial anciano me estaba cuidando como se cuida a un nieto. La palabra justa, el estímulo positivo, el consejo desinteresado.
Cuando él lo creyó suficiente, me saludó cortésmente, me agradeció por haberlo escuchado y me dejó en manos de uno de los mejores pedagogos del Karate de Okinawa, Sunagawa Sensei.
Luego Sunagawa Sensei me presentó a dos leyendas del Jundokan, Tsuneo Kinjo Sensei y Gima Tetsuo Sensei…
Estaba tan felíz que no noté que el anciano que me abrió las puertas al Jundokan, quien parecía disfrutar con cada kata que yo decía saber, aún estaba allí.
A las 21 terminó mi práctica y este hombrecito sonriente se vuelve a acercar a mi con una bolsita blanca. Yo estaba todo sudado, dos kilos menos y radiante de felicidad. Me dio algo de vergüenza estrechar su mano. Recibí su regalo, en la bolsita. No me atreví a mirar, yo no tenía nada para él. Agradecí profundamente mientras él les decía algo en japones a los Maestros con quienes estaba, ellos hicieron una larga reverencia ante el delgado hombrecito y… entonces entendí que algo se me había escapado.
Sunagawa sensei se me acercó y me preguntó:
–Usted conoce a este caballero?
-No, sensei. Él me recibió en la puerta, estaba lustrando un hermoso auto.
–Ah si… un Mercedes… tiene cuatro. Yasuda Sensei es 10º Dan, un hombre extraordinario.
Volví al hotel, abrí la prolija bolsita blanca que me había regalado Yasuda Sensei y dentro, …mi cena, una típica comida de Okinawa (anguila acaramelada) con postre y golosinas.
Un par de lágrimas cayeron al piso del departamento frente a Kokusai Dori.
Estaba en la Cuna del Karate, había conocido a leyendas del Jundokan y a la Historia resumida en un Hombre: Tetsunosuke Yasuda, quién me había estado esperando, dispuso de su tiempo y me compró la cena y golosinas… ¡a mi!
Cada día fue una experiencia única. Esperaba la hora de ir al dojo como quien espera recibir el premio mayor. Hanshi me abría la puerta y comenzábamos a trabajar. Al terminar mi entrenamiento Hanshi me esperaba con la comida en la típica bolsita. Intenté explicarle que por suerte yo había ahorrado el suficiente dinero para poder comprar mi ración diaria, pero o no supe explicarme o no le importó, él me veía flaco. (Debo advertir que pesaba 105 kg… ¡muy flaco no estaba!).
Antes de volver a casa, casi con un pie en el avión, Sunagawa sensei me traduce con su voz gruesa y pausada, el mensaje: -Hanshi Yasuda te espera el próximo año, nosotros también!
Subí al avión con los ojos tan húmedos como el clima de la isla. Me esperaban 44 horas de viaje para llegar a occidente un día antes de haber salido. Okinawa me había atrapado pero Hanshi Yasuda me había dado la mejor lección de mi vida: Si alguien se toma el trabajo en venir a aprender debemos darle lo más valioso que tenemos: nuestro tiempo.
El 12 de octubre de 2020, Hanshi Yasuda nos dejó a los 94 años de edad.
Él decía: “La razón por la que elegí el Goju Ryu es porque esta escuela tenía los katas Sanchin y Tensho y estos kata me ayudan a mejorar mi Yoga”.
En mi última conversación con él, en 2018, su consejo fue: Ikigai, Paburo, Ikigai!
Hice una sentida reverencia y respondí en un mal japonés: Hai, Sensei, ganbarimasu!