por Sebastián Borsotti
Palabras liminares
Comenzar a escribir sobre cualquier actividad que uno realiza habitualmente, implica la imperiosa necesidad de hacer un extrañamiento, de mirar con otros ojos algo cotidiano, de preguntarse a sí mismo ¿por qué estoy haciendo esto? ¿qué valor le otorgo dentro de mi vida?
Es común que muchas personas realicen actividades por fuera de lo que podríamos llamar “la ocupación principal”, es decir, aquella que nos permite ganar cierto dinero para vivir y, como su nombre lo indica, ocupa la mayor parte del tiempo, de lo que se podría deducir que la cuestión económica es la primera categoría de valoración de cualquier actividad, a partir de lo cual nace otra pregunta: ¿es este mi caso?. Luego, en el tiempo restante, hay “otras cosas” que uno hace para mantener la mente ociosa, para ejercitar el cuerpo, como un cable a tierra de los problemas diarios, pero que pueden ser reemplazadas u omitidas si las circunstancias nos impiden realizarlas.
En estos casos, las diferentes actividades ocupan cajas separadas que rara vez se mezclan, ni quieren mezclarse: a la tarde juego al fútbol, voy al gimnasio, estudio inglés. Pero, si a uno le preguntan ¿qué hacés? posiblemente responda soy empleado, médico, mecánico; por una cuestión de brevedad y porque entiendo qué es lo que quieren saber de mí.
También por lo que planteamos más arriba: no queremos que una actividad se mezcle con la otra y lo intentamos hasta el hartazgo, tal como el famoso consejo que tantas veces nos han dicho: “dejá los problemas del trabajo en la puerta de casa”, como si algo así fuese fácil o posible, como si la persona no fuese la misma, como si no fuésemos “individuos” (del latín individuus, indivisible).
Somos uno solo y todas las ocurrencias de la vida cotidiana afectan lo que hacemos, a algunos más, a otros menos, pero es casi inevitable. Ahora bien, no necesariamente esto debe ser algo negativo. Es cierto que si estamos preocupados, tenemos problemas familiares, de salud, laborales, inexorablemente van a afectar el normal desarrollo de cualquier actividad y van a evitar que nos concentremos, que estemos involucrados totalmente en lo que hacemos, pues es improbable que logremos abstraernos de la propia vida. Somos, en definitiva, todo lo que hacemos, pensamos y sentimos, somos nuestro propio punto de vista de la realidad que nos rodea ¿cómo sería posible que no repercutieran en nosotros los eventos que afrontamos a diario?
Pero no seamos tan pesimistas, las cosas positivas también nos rodean y, de la misma manera, afectan nuestro modo de mirar el mundo.
Cuando comencé con la práctica del Karate, un panorama nuevo comenzó a aparecer delante de mí: a pesar de haber realizado durante varios años otra “arte marcial”, me encontré frente a un nuevo camino, un nuevo Budo se descubrió ante mí mostrándome una perspectiva diferente, llevándome a hacer una revisión de todo lo que sabía hasta ese momento, a percibir mi cuerpo de otra manera, a encontrar debilidades donde creí que tenía fortalezas, a querer superarme constantemente, buscando siempre aprender algo, sin otra razón para ello que el mero hecho de aprenderlo, logrando una íntima y pequeña victoria personal. Sorpresivamente para mí, nunca sentí frustración: a pesar de que mis errores y torpeza constantes me mostraran que mis limitaciones superaban mis habilidades, siempre primó el deseo de seguir practicando, de avanzar incesantemente aunque supiera que no hay final de camino y que los desafíos siempre van a ser mayores, pero también las satisfacciones.
Mi relación con las artes marciales, anterior al karate, fue como una de esas cajas que nombrábamos antes: iba, practicaba, pero nunca logró trascender ese lugar de algo extra. Una vez pasado el entusiasmo inicial, si algún inconveniente personal se presentaba, no hacía muchos esfuerzos para evitar faltar a la práctica. Ahora que escribo estas líneas, me obligo a mirar hacia atrás y creo que, tal vez, uno de los motivos principales por los cuales no me causó pena abandonar mi antiguo entrenamiento haya sido el factor humano: mucha frialdad en la enseñanza, una competencia silenciosa pero intensa entre pares, el privilegio de lo monetario por sobre lo humano, la jerarquía que se transforma en segregación. Lamentablemente, todo esto trascendió más que las hermosas y profundas enseñanzas del Budo. Me asombré, cuando comencé a formar parte de esta escuela, cuando entré por primera vez al Seijitsu Dojo, de encontrar en mi sensei, Julio Campos, humildad y honestidad brindando, desinteresadamente, todo su conocimiento, apoyándonos de forma constante, no solo en lo concerniente al entrenamiento sino en lo personal, y una calidez que transformó el Dojo en una extensión de mi casa. Encontrar, en un entrenamiento enérgico pero ameno, entre tsukis y abdominales, a excelentes personas, a compañeros para toda la vida, aunque muchos hayan dejado de practicar. A lo mejor, la diferencia entre un gimnasio y un Dojo[i], entre un deporte y un Arte Marcial, entre un entrenador y un Sensei, esté en las personas con las que compartimos esa experiencia.
Por estos motivos y muchos otros que no logro hacer conscientes, poco a poco y sin darme cuenta, el Karate fue metiéndose tan sutilmente en mi cotidianeidad, en mi vida, que no pude abstraerme a su potente efecto osmótico, por lo que fue transformando, imperceptiblemente, mi forma de encarar el día a día. Un ejemplo de esto es lo que me ocurrió, cierta vez, en la escuela secundaria donde me desempeño como docente de Prácticas del Lenguaje (Lengua y literatura, en su antigua denominación): me encontraba, una mañana, dando clases a mis alumnos más jóvenes, los de primer año y, viendo que a algunos le costaba entender ciertos conceptos básicos de la gramática, tales como la morfología y la sintaxis, me vinieron a la mente algunos de los ejercicios que solemos practicar constantemente en el dojo.
Es muy común (entre los recién iniciados y los no tanto), preguntar casi con sorna “de qué me sirve aprender las categorías sintácticas o los usos verbales si yo ya sé hablar castellano”. La respuesta más simple es, aunque no lo parezca, la más contundente: el lenguaje es una herramienta de poder, mientras mejor manejo tengamos de él, más cosas lograremos: enseñar, disuadir, convencer, enamorar, provocar y, por supuesto, no dejarnos dominar pues el sometimiento a través de la palabra es mucho más peligroso que por la fuerza: quien se sienta oprimido por un poder superior, irremediablemente tratará de rebelarse. En cambio, con palabras seductoras, cuyas verdaderas intenciones no se logran comprender, es posible atraer la voluntad hacia ideas que se creen sinceras y por las que se luchará ciegamente y con convicción.
Desde luego, el proceso de dominación ideológica es mucho más complejo que esto y no sería productivo debatirlo en estos términos con un joven ingresante de once años. Entonces ¿cómo explicar la importancia de conocer y profundizar las bases de la materia? Decidí, por lo tanto, utilizar uno de los recursos más antiguos y efectivos: ejemplificar con algo conocido y, sobre todo, con algo de mi vida personal.
A los alumnos les fascina espiar un poco la vida del docente fuera del aula (muchos creen que no podemos ser otra cosa que ese profesor serio y que así actuamos en todos los ámbitos de la vida). Les pregunté si realizaban algún deporte o disciplina artística. Tímidamente, alguno deslizó un “hago Hockey”, otra, animándose dijo “voy a baile ¿eso sirve?”. Y así, poco a poco, se fue rompiendo el hielo y aparecieron el fútbol, el rugby, la guitarra, el voley. En eso, alguien preguntó “¿y vos profe?” sonriendo un poco y, anticipando la reacción, les dije “Yo practico karate”. Es impagable ver la reacción: me miran, a través de mis anteojos y mi camisa planchada, sin comprender nada, no pudiendo imaginarme haciendo algo así: “¿Pero… vos te peleás?”, “¿Sabés tirar patadas?”, “¿Qué cinturón sos? Yo soy negro” (me dijo una vez un taekwondista de doce años). Les asombra la idea de que detrás de la compostura y la formalidad se esconda una bestia salvaje que tire patadas voladoras, quiebre ladrillos con la cabeza y grite como un desaforado. Los calmo, les explico que no es así, que no soy ningún bárbaro sediento de sangre, que si tiro una patada voladora me quiebro, que nunca me peleé con nadie y que el karate es otra cosa, que es una disciplina en la que entrenamos mucho el cuerpo pero también el carácter.
Como en cualquier otra actividad, al principio fue necesario revisar cada movimiento natural de mi cuerpo como si fuese algo novedoso: levantar un brazo pensando en un bloqueo, caminar hacia atrás en una postura determinada o mantener la tensión en músculos que ni sabía que existían. Así como cada uno de ustedes, les digo a mis alumnos, sabe correr, mantenerse el pie, tirar una pelota al aire y saltar, cuando comienzan a entrenar seguramente se verán superados por el que salta más alto, corre más rápido y lanza la pelota con mayor precisión. Es entonces cuando el instructor les enseña ejercicios para fortalecer el estado físico, técnicas para agacharse sin lastimarse las rodillas, formas de esquivar un rival, de tomar una raqueta o un palo de hockey para mejorar el golpe, entre otros muchos movimientos básicos, que cada uno de nosotros puede hacer instintivamente y que nos son totalmente habituales, pero que, con el correr del tiempo y mucha práctica, nos resultan cada vez más eficientes y nos acercan a la excelencia deportiva que queramos conseguir.
Del mismo modo, continúo con el paralelismo, ocurre con el lenguaje: todos nosotros sabemos hablar castellano, nadie les va a enseñar eso en el secundario. Desde muy chiquitos logramos conjugar verbos y estructurar enunciados sin mayores dificultades pues el lenguaje es algo innato en el ser humano: sin conocer absolutamente nada sobre gramática, logramos comunicarnos y no cometemos errores, o por lo menos no tan graves que nos impidan hacernos entender. Sin embargo, hay personas cuya habilidad en el uso de la palabra les permite destacarse y sobresalir de entre la multitud.
Tal como dijimos al comienzo, el dominio del lenguaje nos permitirá lograr muchas cosas y, mientras mayores herramientas tengamos a nuestra disposición, es decir, cuanto mayor sea nuestro conocimiento sobre el funcionamiento de la lengua, más productivo será el uso que hagamos de ella, ya sea para enseñar o comprender, engañar o no dejarnos engañar, persuadir o reconocer mis propias ideas, pues pensamos con palabras, nuestro razonamiento funciona con palabras. Por eso, como formula el famoso solipsismo de Wittgenstein: “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”[ii], mientras más amplio sea el conocimiento lingüístico que uno tenga mayor será la habilidad que se logre al manejar la palabra, por tanto, mayores serán las posibilidades de ampliar la propia capacidad productiva, deductiva, interpretativa y, por consiguiente, lograr los objetivos que uno se proponga.
Una vez terminada la explicación, descubrí, con alegría, que la comparación entre actividades en apariencia tan lejanas, como el lenguaje y el entrenamiento físico, resultó en algo altamente pedagógico y les permitió a mis alumnos comprender conceptos muy abstractos gracias a un símil que ilustra algo totalmente común y corriente para ellos.
En un cuento[iii], Silvina Ocampo hace decir a un personaje: “enseñar es la mejor, tal vez la única, manera de aprender” , remarcando el hecho de que la práctica de la docencia no es (o no debería ser) unidireccional; pues bien, este trabajo tiene su nacimiento en una casualidad, en una anécdota originada en el aula como una estrategia más de enseñanza, pero que me permitió trasladarlo hacia mi propia práctica personal del Karate y reflexionar sobre mis comienzos en la disciplina, la forma en la que, paso a paso, fui perfeccionando las sutilezas de cada movimiento, en las sorpresas que continuamente aparecen dentro de cada kata, en definitiva, sumergirme en el descubrimiento de su propio Lenguaje. Porque el karate, tiene su propio lenguaje, y pareciera tener muchas similitudes con el lenguaje natural, verbal, probablemente porque parten de los mismos principios teóricos: relevancia, productividad, economía y creatividad.
El presente trabajo busca delimitar los elementos del entrenamiento del Karate, tanto de Kihon, Kata y Kumite y encontrar en estos su propia Gramática, es decir, la forma inherente de estructurar la enseñanza de las técnicas básicas y avanzadas para que podamos perfeccionarlas e incorporarlas dentro del ejercicio cotidiano de este Arte marcial. A su vez, la comparación con las metodología de estudio de la Lingüística nos puede ayudar a encontrar puntos en común que nos sirvan para reflexionar sobre una pedagogía del Karate, es decir, para pensar en el proceso de educación y formación que llevamos adelante día a día durante el estudio del Karate-do, una cavilación que nos permita hallar herramientas que nos sean útiles tanto para el propio desarrollo personal en nuestro rol de continuos estudiantes, como para para fortalecer y fomentar la práctica
docente dentro del Dojo.
Kihon o la morfología del Karate
Cuando empecé con la práctica del Karate, encontré que durante la clase ejecutábamos una gran variedad de ejercicios: además del Hojo Undo o fortalecimiento físico, aparecía una serie de movimientos coreográficos, que intentaba copiar desesperadamente y que pronto descubrí que se llamaban Kata; otras veces realizábamos un combate cuerpo a cuerpo, es decir, Kumite, pero, durante gran parte de la jornada nos enfocábamos en una serie de ejercicios que nunca eran del todo iguales, como los movimientos del Kata, ni tan libres como los del Kumite, sino que nuestro sensei nos proponía ciertos movimientos estipulados o combinaciones que llevábamos a cabo repetitivamente y que iban sufriendo modificaciones en creciente nivel de dificultad e intensidad. A esta práctica básica la denominamos Kihon (基本): debemos ser cuidadosos con la manera de interpretar el término “básico”: no en el sentido de simple o rudimentario, sino de fundamental, de aquello que sienta las bases sobre las cuales construir nuestro Karate.
El Kihon entendido entonces como principio esencial de nuestra práctica nos permitirá desarrollar una comprensión profunda de qué es lo que estamos realizando al momento de ejecutar un Kata o utilizar con mayor eficacia una técnica durante el Kumite, pues entrenar en el Kihon es, valga la redundancia, el estudio de las técnicas en su forma más “técnica”[iv] kata, bunkai, kumite, son diferentes aplicaciones de 4 los movimientos practicados en el Kihon. Aquí incluimos desde golpes de puño, patadas, bloqueos, pasando por distintas formas de esquivar un ataque, lanzar a un oponente, hasta lo fundamental, pero no por eso más sencillo, como lo es mantener una postura estable y equilibrada o aprender a respirar correctamente y hacerlo consciente para usarlo a nuestro favor para mejorar las técnicas. En varias ocasiones nos vemos realizando ejercicios aislados y aparentemente alejados de un uso práctico y efectivo (porque son bloqueos a golpes invisibles, tsuki al aire o diferentes posturas terriblemente incómodas).
Pero, para comprender la importancia del Kihon, es necesario confiar en que este es el camino para convertir esos movimientos pensados, calculados, rectificados constantemente, en instinto, en impulso natural que hará que cobren sentido cuando uno más lo necesite.
Ahora bien, cuando uno supera esa primera instancia y comienza a vislumbrar una tenue luz al final del túnel del cansancio y sudor, descubre que es fundamental detenerse a observar el significado de esos golpes y desplazamientos y cómo aprovecharlos en el entrenamiento para perfeccionar la técnica, tal como lo afirma Genkai Nakaima Sensei: “Nos ayuda a entender la ciencia y la lógica del Karate y al mismo tiempo nuestra habilidad en Karate se desarrollará con el incremento de nuestra habilidad atlética y fuerza física”[v]
Creo que es necesario hacer un paréntesis para resaltar que, tanto el Kihon, Kata como Kumite, no pueden pensarse individualmente ni aislados. Son parte fundamental de la integridad del Karate y se relacionan tan íntimamente que no podemos concebir uno sin el otro. Sin embargo, con fines prácticos, es útil establecer estas diferencias como una forma didáctica de dividir el entrenamiento y hacer hincapié en diferentes aspectos de un mismo arte marcial, de la misma manera que en el estudio del lenguaje (o de cualquier otra Ciencia o Arte), se debe construir un andamiaje conceptual dependiendo de los supuestos epistemológicos sobre los que queramos fundar nuestro núcleo duro de teoría, metodología de trabajo y de análisis. En otras palabras: elegir de qué manera debemos realizar el abordaje del objeto de estudio, cómo conocerlo y de qué manera, ya sea un sistema de signos como la lengua o un arte marcial como el karate.
Volviendo al tema que nos ocupa, sobre cómo abordar el estudio del Kihon, es decir, del entrenamiento de los movimientos básicos para efectuar las técnicas, notamos que la idea de asimilar su análisis con lo que plantea el estudio de la morfología dentro de la teoría estructuralista de la lengua puede ayudarnos a indagar dentro de las cualidades propias del Kihon y a comprender mejor sus particularidades. Cuando Ferdinand de Saussure desarrolla su teoría, que luego dará lugar a la disciplina llamada Lingüística,[vi] postula la unidad básica de estudio de lengua en el “signo lingüístico”, esto es, la mínima unidad de significado.
Pongamos como ejemplo la palabra CASA: de nada nos sirve analizar cada uno de los sonidos en forma aislada, pues no tienen significado en sí mismo, pero en su conjunto conforman el Signo, que tiene una realización fonética (a la que llamamos significante) y una realización mental, conceptual (el significado). Ahora bien, dentro del Karate, podríamos decir que nuestra unidad de análisis son los movimientos que practicamos cuando hacemos Kihon, son las unidades mínimas que encierran en sí mismas un significado propio: cuando nosotros realizamos un bloqueo desde una posición estática, o una combinación, como puede ser un desplazamiento seguido de un golpe, individualizamos cada uno de esos movimientos y les asignamos un nombre, que nos permite diferenciar cada uno de sus significados: chudan yoko uke, oi tsuki jodan, tai sabaki, neko ashi dachi, cada uno de ellos tendrá una realización física y conceptual distinta (pues los efectuamos y comprendemos según su función práctica) y representará diversos elementos individuales dentro del karate: bloqueos, golpes, desplazamientos o posturas. No obstante, aunque un gedan barai uke tendrá un significado diferente que un kake uke, diremos que ambos son bloqueos o uke. Esto nos permite estructurar la forma en la que encaramos el estudio del Kihon al agrupar esta enorme cantidad de movimientos según su finalidad específica. De esta manera, podremos aprender con mayor facilidad sus usos, sus características intrínsecas y así mejorar cada vez más nuestra técnica.
Del mismo modo, el Estructuralismo lingüístico ha desarrollado un sistema de estudio agrupando los signos según su significado semántico para así explicar la estructura interna de las palabras, su formación y uso específico: esta rama de análisis se llama Morfología. Al observar su etimología, vemos que deriva del griego μορφo, que significa “forma”, por lo tanto nos servirá para definir y clasificar las unidades de análisis según características en común: sustantivos, adjetivos, verbos, preposiciones, pronombres, etc.
De esta manera, podemos entender al Kihon como la “morfología del Karate”: en primer lugar, porque su objeto de estudio es la unidad más pequeña de análisis con un significado específico y luego, porque decidimos clasificar estos movimientos según sus peculiaridades.
Por supuesto que podemos practicar Karate sin saber que determinado golpe se llama uraken de la misma manera en que podemos hablar sin saber que estamos diciendo un verbo (y de hecho, así ocurre naturalmente en el aprendizaje), pero resulta mucho más provechoso en términos pedagógicos el echar mano a ciertas metodologías de estudio que nos permitirán, en un primer momento, una apropiación teórica y efectiva del objeto de análisis para luego poder, en una segunda instancia más avanzada, lograr una revisión más profunda de qué es lo que estamos haciendo (o diciendo).
Kata o la sintaxis del karate
Aunque pueda sonar bastante extraño, el conocimiento de la Sintaxis y su análisis me ha ayudado a comprender, poco a poco, los principios del Kata y la forma de encarar su estudio. Hablar sobre la importancia del Kata dentro del karate es casi tan complejo como hablar de la sintaxis dentro del Lenguaje. Como puerta de acceso a temas tan arduos, intentaré esbozar algunas miradas sobre el Kata, analizado en clave sintáctica, que, aunque podrían parecer opuestas, se complementan profundamente.
El Kata en clave Generativista
Suele definirse a la sintaxis como el estudio de las diversas formas de combinación y orden de las palabras para elaborar textos coherentes, de la misma manera que Kata (型) se lo podría traducir como “forma” y definir como una serie de movimientos prefijados y coherentes entre sí.
No obstante, ambas son definiciones frías y débiles que no logran describir lo profundo de su significado y trascendencia dentro de la Lengua y del Karate, respectivamente.
El estudio de la Sintaxis es tan intrincado como el lenguaje mismo y tiene tantos puntos de vista como teorías lingüísticas se han dedicado a tratar de comprenderla. Muchas veces me inclino a pensar que la Sintaxis es al lenguaje lo que el esqueleto al cuerpo humano: es lo que impide que nos convirtamos en una masa amorfa de fluidos, carne y triperío, es lo que nos mantiene en pie, lo que nos da estructura. No se puede hablar sin sintaxis, no se puede pensar sin sintaxis, todo el tiempo nuestro cerebro está generando, a una velocidad increíble, complejas combinatorias de palabras y eligiendo la mejor forma posible para lograr organizar y estructurar nuestro pensamiento. Ahora bien, como nuestro cerebro es un órgano extremadamente eficiente, no se molestará en crear estructuras lingüísticas originales cada vez que hablemos sino que, comprende que determinada estructura sirve para lograr comunicar determinada información de determinada manera, por lo tanto siempre utilizará la misma: ese es el principio de economía, lograr la mayor eficacia con el menor esfuerzo posible (tema sobre el que profundizaremos más adelante).
A lo largo de siglos de evolución, se ha logrado alcanzar un uso funcional de la Sintaxis, por lo que no solemos innovar en ello en nuestra habla cotidiana y, si cometemos algún desvío, es automáticamente detectado y censurado. De una forma similar, puede entenderse la naturaleza del Kata, tal como lo explica Osensei Rodríguez (1953-2006): “Kata es un modelo de movimientos coordinados. Cada Kata (forma) tiene un determinado número de técnicas. Estos han sido creados por maestros después de años de trabajo, investigación y experiencia en combate. De esta manera, los Katas han sido mejorados y refinados hasta desarrollar una forma con la que hoy en día practicamos”[vii].
Es decir, que a lo largo de años de entrenamiento se ha alcanzado una forma (sintaxis) óptima del Kata que incluye toda la información que se busca transmitir. Modificar un Kata sería ir en contra del principio de economía, pues este “modelo” a seguir se percibe totalmente funcional, práctico y eficaz.
Resulta interesante la palabra “modelo” que Osensei Rodríguez utiliza para definir al Kata, es decir un “arquetipo o punto de referencia para imitarlo o reproducirlo” [viii]. Esta idea de algo ejemplar, digno de emulación y, por ello mismo, un constructo teórico, se acerca bastante al enfoque que Noam Chomsky ha formulado a partir de la lingüística generativista[ix].
Sin ánimo de profundizar mucho en esta teoría (y limitándome a lo que nos ocupa dentro de este paralelismo entre Karate y Lenguaje), señalaré que el Generativismo distingue entre “actuación”, es decir, el uso real y práctico de la Lengua en situaciones concretas; y “competencia”, el conocimiento gramatical del hablante/oyente que le permite construir y entender oraciones, lo cual se convertirá en el verdadero interés de la lingüística generativa. Por lo tanto, considerará al estudio de la gramática y, dentro de ella, a la sintaxis como algo autónomo, respecto al contexto, al significado y al uso práctico. Su objeto de estudio será la “oración”, que se analiza en forma aislada del contexto y es formulada y comprendida por un hablante/oyente ideal (un sujeto que “conoce su lengua perfectamente y al que no le afectan condiciones (…) como las limitaciones de memoria, las distracciones, los cambios de atención y de interés”).
Esta perspectiva de análisis de la Lengua[x] me ha llamado la atención hacia la ejecución del Kata: cuando realizamos esta práctica, constantemente nuestro Sensei nos corrige determinada postura, la altura de un golpe, o nos enseña luego de intensos meses de práctica algún extraño movimiento de manos cuyo significado nos cuesta terminar de comprender, pues el Kata, como la oración, es esta serie de movimientos perfectos, estructurados y pensados en su más mínimo detalle: son los bloqueos y contraataques ideales en un combate imaginario contra un adversario ideal. El contexto real de una pelea queda de lado durante la ejecución del Kata: no hay irregularidades del suelo, distracciones de la calle, sonidos, heridas. Si lo pensamos en términos chomskianos, esto es así pues lo que nos interesa es comprender su forma, su “estructura profunda”, que es el armazón subyacente a toda oración/kata, la que guarda su significado básico, expresando proposiciones simples y reflejando la forma o sintaxis natural con la que se organiza, tal como lo expresó claramente Osensei Rodríguez: “La verdad y espíritu del Karate-do solo se puede encontrar en la práctica del Kata. Por esta razón no debemos modificar, ni simplificar, ni adaptar un kata” [xi].
En otras palabras, al referirse a que solo este ejercicio nos permite ingresar al verdadero significado del Karate, nos puede indicar que es en el Kata donde podemos encontrar la “estructura profunda”, el significado básico y eso es lo que no debemos modificar ni simplificar. Por ese motivo, cuando vemos un mismo Kata realizado por diferentes estilos (o incluso por otras escuelas), si no prestamos suficiente atención nos pareciera estar observando dos Katas totalmente diferentes, debido a la gran cantidad de variantes que observamos en las técnicas. Sin embargo, solo se modifica la “estructura superficial” , es decir, que nos muestra diferentes formas de “decir” lo mismo, de ejecutar un golpe o un bloqueo[xii], de representar una situación de combate: si bien puede cambiar su forma, estas modificaciones son triviales y no se ve alterada la esencia misma del Kata.
Podemos tomar como ejemplo el comienzo del Seiyunchin (制引戦) de Goju-Ryu comparado con el de Shito-Ryu: ambos estilos comienzan en una posición de naname shiko dachi y repetirán la secuencia de movimientos tres veces en forma simétrica. Sin embargo, vemos cómo en Goju-Ryu se realiza un morote kuri uke seguido de un movimiento circular ascendente donde se entrechocan los dorsos de las manos a la altura del cuello para luego descender hacia un morote gedan barai. En cambio, en el estilo de Shito se arranca con un morote shuto barai para luego realizar la elevación de manos juntando los dorsos en forma directa suprimiendo el movimiento circular[xiii].
Además, podemos observar una diferencia en la ejecución del Kata: en la versión de Goju-Ryu hay un predominio de las técnicas con muchimi (もちみ) y de movimientos tendientes a la circularidad; mientras que en Shito-Ryu nos encontramos con técnicas donde se destaca el Kime (極め) con movimientos más rectos, cortos y explosivos.
En definitiva, son detalles que no afectan el sentido profundo del Kata, lo que realmente quiere significar, sino que se vinculan con aspectos estéticos, subjetivos y personales, que incluso pueden variar a lo largo de la vida de un mismo karateca (o hasta, me arriesgo a pensar, a lo largo de un mismo día), tal como plantea Sensei Scurzi: “¿Miyazato de joven fue el mismo que en sus últimos años? ¿Su Karate fue el mismo? Una generación y el karate son diferentes. La misma persona, edad diferente, karate absolutamente diferente.”[xiv].
Podríamos asimilarlo a las diferentes variantes de una misma lengua: ¿el castellano de Argentina y el de México son iguales? ¿el de Corrientes y el de Salta? ¿el que usamos durante un examen oral y el que hablamos en una reunión entre amigos? ¿el de mis cinco años y el actual? El hecho de que la subjetividad tenga tanta influencia en la ejecución del Kata nos lleva a reflexionar sobre un aspecto fundamental del mismo: su costado artístico.
Kata: el Ars Poetica del Karate
“Todo arte es autobiográfico” decía Fellini y vaya que le hizo honor, en sus películas, a esta afirmación pues ¿qué es la expresión artística sino el reflejo más íntimo de la propia subjetividad?
Por supuesto, el Karate no escapa a esto ¿podría algo, algún mínimo aspecto de la existencia, escapar a la necesidad humana de modificarlo, transformarlo, hacerlo único y propio? Siempre recuerdo a mi profesor de Matemáticas del secundario, emocionado, tratando de explicarnos la belleza del Teorema de Pitágoras y cómo alguien que no fuese un artista sería incapaz de idear algo así.
Podemos preguntarnos, sin esperanzas de hallar una respuesta, si el Arte es creación o modificación ¿Puede algo crearse de la nada o solo estamos cambiando el mundo que nos rodea? Ríos de tinta han sido escritos sobre este tema, y muchas opiniones encontradas han aparecido en diferentes épocas ¿podría alguien tener la razón? ¿Eso importa? Jorge Luis Borges una vez dijo: “Yo creo que la originalidad es imposible. Uno puede variar muy ligeramente el pasado, apenas, cada escritor puede tener una nueva entonación, un nuevo matiz, pero nada más. Quizá cada generación esté escribiendo el mismo poema, volviendo a contar el mismo cuento, pero con una pequeña y preciosa diferencia: de entonación, de voz, y basta con eso”[xv].
Esta idea de la imposibilidad de ser original es planteada en relación con la presunción de que no podemos escapar a nuestra historia, que estamos inmersos en nuestra tradición y no podemos huir de ella, solo revisionarla, criticarla, amarla, odiarla, dialogar con ella; pero de ninguna manera serle indiferentes y creer que es posible que esta no influya en nuestra forma de ser y, particularmente, en la manera en la que nos expresamos artísticamente.
Cuando hablamos de Karate, es inevitable no hacer referencia a su costado tradicional: cientos de años de historia han hecho de esta práctica un elemento definitorio de la cultura okinawense. Afortunadamente, esta tradición ha trascendido las fronteras y se ha esparcido alrededor del mundo, hasta llegar aquí, casi en sus antípodas.
Es curioso el nombre que han adoptado, en occidente, el Karate y otras prácticas similares: las denominamos “Artes marciales” y si bien lo militar puede relacionarse con la concepción del Budo, hemos antepuesto el término “Arte”. Se ve que ha llamado la atención que el conjunto de piñas, patadas, gritos, sudor y muestras de fuerza se combine en un todo armónico, pulcro y estético.
Evidentemente, el imaginario popular se apropió rápidamente del Karate, vaciándolo de contenido y trivializando su verdadera naturaleza: desde la figura del anciano sabio que revela su sapiencia sólo a los escogidos y que oculta su maestría en el combate, a las demostraciones acrobáticas y desmedidas de fuerza y habilidad, cercanas al espectáculo circense; pasando por el mero costado deportivo y competitivo destinado a ganar medallas. Sin embargo, aquellos que han entendido por dónde venía la mano, que el karate no es solo algo vistoso o una buena forma de mantenerse en forma sino que han detectado que es un testimonio cultural en el cual pueden volcar su propia subjetividad, lograron convertirlo en una manifestación artística, percibida como un camino de expresión personal, de creatividad.
Los karatekas nos insertamos en la tradición, no creamos de la nada sino que transformamos, adaptamos y moldeamos, construyendo algo nuevo con los elementos traídos de antaño. Nos transculturamos[xvi]: sumamos nuestra idiosincrasia actual y nacional al antiguo carácter oriental combinando nuestra forma de ser con la tradición okinawense. Así surge algo nuevo, algo distinto pero semejante a la vez, que puede ser transgresor pero siempre respetuoso con el acervo cultural que cargamos en las espaldas.
Si prestamos atención a nuestra práctica habitual de Karate, podemos destacar un momento en el cual la expresividad y la técnica se combinan haciendo que aflore lo artístico: el Kata. Esta situación es prácticamente una performance donde dejamos de ser por un momento lo que hasta allí fuimos y nos transfiguramos, como posesos, en un ser diferente. Celebramos un ritual, en el que una máscara de seriedad cubre nuestro rostro, donde nos concentramos para llevar a cabo, paso a paso los preceptos establecidos: el saludo, la postura y, sobre todo, la actitud aguerrida. Como una tragedia griega recreamos un combate contra nosotros mismos, pero esta vez salimos victoriosos. Luego del saludo final, volvemos a convertirnos en simples mortales. Cuando observamos un Kata, aún sin saber absolutamente nada sobre Karate, quedamos maravillados, impresionados por el despliegue de fuerza, de destreza, de movimientos fastuosos, como una batalla danzada, como un cuadro de guerra: bello y terrible a la vez.
Pero ¿puede un Kata, una representación de un combate, donde se infiere el daño a otra persona ser algo bello? Por supuesto que sí.
No vamos a meternos en el pantanoso terreno de definir qué es belleza, pues “sobre gustos, colores”, pero cuando hablamos de “Belleza” en el Arte no nos referimos generalmente a algo “lindo”, vistoso o que nos llene de alegría sino a cómo se utilizan los materiales para recrear aquel sentimiento o idea que el artista busca transmitir.
Uno de los poemas más bellos que siempre viene a mi memoria, y que recuerdo desde la escuela, es el comienzo de las Coplas a la Muerte de mi Padre, de Jorge Manrique[xvii]. Es maravillosa la manera en que un sentimiento tan trágico y doloroso es expresado con tal lucidez. O el imponente cuadro La Vuelta del Malón [xviii], de Ángel Della Valle, en el cual el horror y la ferocidad se entremezclan con la desesperanza de una manera increíble.
No importa solamente qué se busca transmitir, sino también cómo, y en el Kata eso es fundamental. Trasciende el mero kihon, las unidades básicas, que son las herramientas de trabajo, para darle forma a un conjunto armónico, único, en el que cada pequeño movimiento, cada gesto, cada mirada es parte de un todo, donde nada sobra y nada falta, y, a la vez, donde podemos innovar y darle nuestra propia impronta.
Encuentro en la práctica del Kata esa búsqueda de belleza, de elocuencia, también de histrionismo: durante esos breves minutos todo nuestro cuerpo y mente está puesto en ese acto, en ese momento, en aquello que buscamos representar.
Me gusta mucho comparar al Kata con un Haiku, no solo por la brevedad de ambos sino porque la poesía japonesa busca retener el instante, la belleza del momento, de lo efímero como aquello que es único e irrepetible y por ello trágicamente hermoso porque no lo podemos asir, porque jamás podremos volver a repetirlo. “Abre el oído / somételo / al silencio de las flores”, escribía Onitsura , y esas flores, sobre todo las sakura (los cerezos florecidos)[xix], son metáfora viva de la fugacidad de las cosas, que se relaciona con el concepto japonés del mono no aware, el conmoverse ante lo efímero, sentir melancolía frente a lo que se acaba; pero no deja de ser un sentimiento agridulce, pues también nos lleva a pensar que, como dice el refrán español, “lo bueno, si breve, dos veces bueno”.
La ejecución de un Kata tiene esta particularidad de lo perecedero, lo fugaz: practicar el mismo Kata una y otra vez es hacer un Kata diferente una y otra vez. Esta relectura es fundamental, pues se renueva constantemente. “Nadie se baña dos veces en el mismo río” postulaba Heráclito, así como nadie realiza dos veces el mismo Kata: puede ser muy parecido, pero jamás idéntico por una simple pero fundamental razón: nosotros no somos los mismos.
La singularidad del Kata lo hace inefable, por eso ver una grabación de un Kata nos puede ayudar a entenderlo, pero es como mirar la foto de una escultura, pues, como plantea Walter Benjamin, pierde su inmediatez, su “Aura”, es decir: “La manifestación irrepetible de una lejanía (por cercana que pueda estar). Descansar en un atardecer de verano y seguir con la mirada una cordillera en el horizonte o una rama que arroja su sombra sobre el que reposa, eso es aspirar el aura de esas montañas, de esa rama.”[xx]
Perfeccionar las técnicas nos acerca a la maestría pero, como Aquiles y la tortuga, la meta es solo una ilusión. Salvador Dalí decía: “No tengas miedo de la perfección, nunca la alcanzarás”. Solo nos queda practicar Kata hasta que de nosotros quede nada y hacer de ese momento lo más bello y placentero posible, pues del Kata siempre nos quedará algo sin alcanzar.
Bunkai o la Actuación del Karate
Hasta ahora nos hemos referido al Kata en términos de “competencia sintáctica”, es decir, el estudio de estos ejercicios como una forma arquetípica y estática, como si fuese una oración destinada al estudio, que puede ser examinada y analizada pero que omite las eventualidades del contexto y que pareciera carecer de un costado práctico, es decir de un uso puntual en circunstancias de combate verídicas.
Sensei Scurzi lo señala cuando dice que: “Nuestro Kata es la pieza única que primero debe ser desmontada, desmenuzada en partes más simples que luego podamos estudiar, analizar para así lograr tener una mejor visión del todo.”[xxi].
De esta manera, el análisis sintáctico del Kata nos permitirá conocer su mecanismo interno, pero la puesta en funcionamiento de cada una de sus partes dentro de un ámbito que recree un enfrentamiento real es diferente, pues entran en juego otras variables que es necesario tener en cuenta para así poder percibir de qué manera se articulan las diferentes técnicas.
De la misma manera ocurre con el lenguaje: aquellas oraciones modélicas que analizamos son ejemplos sacados de contexto pero, como el estudiante de medicina que puede saber el nombre de cada parte del cuerpo pero necesita conocer la relación entre ellas para poder comprender a fondo la mecánica humana, el estudio de las partes de la oración debe estar vinculado con el entendimiento de dicha proposición en su conjunto. Este conocimiento nos permitirá ser productivos en el uso de la lengua, lograr el objetivo que busquemos alcanzar, evitar errores, o bien modificar el lenguaje y manipularlo para nuestro beneficio, como es el caso de aquellos conocidos chistes que comienzan con “no es lo mismo decir…”, en los que se está jugando con la sintaxis para dar dobles sentidos. Para dar un ejemplo ATP, no es lo mismo decir “me baño en el río” que “me río en el baño”. En este ejemplo es claro que las palabras “río” y “baño” cambian su significado, su morfología, dependiendo del uso sintáctico que se le dé: pueden ser sustantivos o verbos según en qué posición las coloquemos.
Del mismo modo, los movimientos que practicamos constantemente cuando hacemos Kihon pueden tener, dentro de un Kata, diferentes usos según la posición que se adopte y el significado que queramos otorgarle: ¿En los Gekisai hay un gedan barai uke o un gedan tetsui uchi? El koken del final de Sanseru ¿es uchi o uke? El shotei gedan que realizamos junto con el hari uke en Seiyunchin ¿es un bloqueo o un golpe? Estos son claros casos de, lo que podríamos llamar, polisemia (u homonimia, según como se lo mire), o sea, una misma forma que tiene diferentes significados.
En todo caso, sería necesario, como sugiere Lyons[xxii] (refiriéndose a la semántica de la Lengua), considerar el “significado del usuario” como base para comprender el “significado final”, es decir, cuál es el sentido que la persona quiere otorgarle, ya sea a una palabra o a determinada técnica (o, por qué no, a cualquier otro acto que uno pueda realizar).
Tal vez esta idea, que adhiere a lo que formula Wittgenstein, “no busques el significado, busca su uso” [xxiii] , podría llevarnos a la otra cara de la moneda del Kata, que es el Bunkai (分解), cuyo significado podría traducirse como “análisis” pero vinculado con el uso, es decir, con la aplicación práctica de las diferentes técnicas del Kata.
Decimos que son dos caras de una misma moneda porque tanto el Kata como el Bunkai son inconcebibles sin el otro, se retroalimentan y se significan entre sí. En términos lingüísticos, Bunkai es “actuación”, es contextualizar las técnicas del Kata empleándolas en situaciones cercanas a un combate real. Podríamos decir que, al practicar Bunkai hacemos una “deconstrucción” del Kata, ya que lo desarmamos en pequeñas unidades analíticas para luego rearmarlo y darle una nueva estructura de sentido, en este caso, un significado práctico, en el que podemos experimentar la causa y el efecto de cada una de las técnicas, y en el que nuestra creatividad puede volar pero siempre dentro de los límites establecidos por el Kata, pues “Cada gesto o estructura motriz de un kata puede tener tantas interpretaciones o Bunkai como la imaginación permita, pero dentro de cierta lógica selectiva.”[xxiv] .
Esto significa que debemos ser verosímiles, acotarnos a la propuesta del Kata, pues es lo que estamos estudiando, pero tampoco enfrascarnos en la idea de que solo hay una única posibilidad de análisis.
Volviendo a la comparación inicial, estudiar estructuras lingüísticas perfectas no sirve de nada si no las aprovecho como moldes para poder hacer un uso creativo de ellas, si no puedo llevar esa teoría a la práctica, que es para lo que existe el lenguaje. Asimismo, realizar técnica tras técnica en un Kata sin saber cuál es la función que tienen es quitarle la base sobre la cual fue construido, es sacarle el pie de apoyo sobre el que se sustenta la creación de cada Kata. Por este motivo, creo que es fundamental el estudio del Bunkai en conjunto con el Kata.
En mi caso, muchas veces me ha resultado provechoso ejercitar la aplicación de determinada técnica para poder mejorar los movimientos del Kata, imaginándome qué es lo que estoy haciendo y para qué me serviría, además de arrojar una luz de realidad y eficiencia sobre la práctica, evitando caer en la errónea idea de que el Kata se mueve en un entorno de ficción. No obstante, es cierto que el Bunkai básico (el que aprendemos cuando nos introducimos en el entrenamiento del Karate) suele ser bastante acotado en cuanto a las reglas de ejecución, ya que mi compañero de práctica sabe qué hacer para que yo efectúe determinada técnica, cómo pararse, qué tipo de golpe lanzar y a qué altura: si me toman la muñeca de frente puedo realizar un desplazamiento hacia un lado, ejecutar el zafe y, cuando tori lanza un gyaku tsuki chudan, puedo bloquear en shiko dachi con un shotei barai chudan uke y golpear con un uraken. Esta sería una posible aplicación del inicio de Saifa y es la que estudiamos normalmente como bunkai básico. Ahora bien, aunque nos coloca frente a un oponente que nos ataca, no deja de ser una versión sesgada de la realidad pues implica una situación pautada y, por ello, artificial. Sin embargo es el comienzo del camino que nos permitirá adentrarnos más y más en el análisis de los Katas e ir descubriendo sus secretos.
El paso siguiente en el análisis del Kata es el llamado Renraku Bunkai. Aquí ya no desglosamos el Kata técnica a técnica como en el Bunkai básico sino que ejecutamos el kata en su totalidad, de principio a fin. Uke, el que defiende, y tori, el que ataca, ya no muestran las técnicas aisladas desde una posición inicial estática sino que hay un movimiento constante de ida y vuelta entre los compañeros. La concatenación de técnicas nos permite observar aquello que se planteaba al comienzo: cómo las técnicas se cohesionan entre sí para formar un todo armónico, que es el Kata.
La creatividad también va en aumento, pues este ejercicio nos permite desarrollar variantes cada vez más libres pues necesariamente nos veremos obligados a hacer pequeñas modificaciones en las técnicas del Kata, ya sea en los desplazamientos, las posturas, y también es posible que debamos agregar transiciones entre las técnicas o modificar levemente golpes y bloqueos. Vale aclarar que esto no implica, para nada, una traición a la forma original del Kata pues ya vimos que este es un modelo paradigmático que sugiere mucho más de lo que dice y que, además, se expresa de un modo artístico. El análisis que realizamos en el Renraku Bunkai nos habilita a interpretar esas insinuaciones y expresarlas de una forma más clara.
Pero todavía podemos ir más lejos. Si el Renraku no fue suficientemente evidente mostrando la aplicación práctica de las técnicas, podemos abrir aún más nuestras cabezas: el Rensoku Bunkai es un análisis en línea del Kata, en el que el uke vapulea sin piedad a tori, pero que deja en segundo plano la forma original para acercarse más al plano artístico.
Es fundamental el costado creativo para proponer un Rensoku, ya que no tienen una estructura fija y no suele haber dos iguales porque podemos crear nuevos ejercicios constantemente. Las “licencias poéticas” respecto al kata son evidentes y la forma inicial queda escondida entre movimientos y posturas que evocan el Kata más que reproducirlo. En la propuesta del Rensoku, la sintaxis del Kata y del Bunkai básico se quiebra y se produce una ruptura de la estructura tradicional.
Como en aquellos extraños poemas de Trilce, en los que la norma se rompe y versos como “Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos / pura yema infantil innumerable, madre”[xxv], son tan bellos como inexplicables, porque no es lo que estamos acostumbrados a leer, porque sugieren situaciones y sentimientos sin terminar de comprenderlos totalmente. De igual forma, durante el Rensoku podemos vislumbrar algo del Kata original, su forma permanece aunque desmembrada.
Asimilando esta mirada con la Pintura, si el Bunkai clásico es una representación figurativa o renacentista del Kata, en el Rensoku vemos una versión cubista del Kata pues podríamos incluso considerarlo como una mirada vanguardista del Karate al generar una ruptura de lo tradicional.
Sea cual fuere el ejercicio de nuestra preferencia, el Bunkai es totalmente necesario para explicar el Kata. Ejercitarse en el Kata sin problematizarlo sería como aprender una cantidad inmensa de vocabulario nuevo y no saber cómo se utilizan esas palabras, cómo combinarlas, en qué circunstancias sirven y en cuáles no.
Kumite o el Funcionalismo del Karate
Es muy común que lo primero que se le venga a la mente a cualquier persona a la que se le diga que uno hace Karate es pelear. Es algo que ha quedado dentro del imaginario colectivo y contra lo que tenemos que lidiar, explicando que, si bien el combate es una parte importante, no es lo que realmente hacemos. Si bien el Karate nace como un sistema de combate y su objetivo primordial es la defensa personal, a lo largo del tiempo se ha desarrollado un complejo método de entrenamiento en el cual el Kumite (組手) o combate, constituye una pata más del trípode fundamental del Karate junto al Kihon y al Kata. Hay muchísimos tipos de Kumite: desde aquellos en los que se estipula determinada altura, cantidad de pasos, tipos de golpes permitidos, ataque por turnos, y tantas otras variantes como la imaginación lo permita, y que son casi como un elemento más del Kihon; hasta el deportivo, conocido como Shiai que está estrictamente reglamentado por distintas federaciones.
También podríamos hablar sobre el llamado Kumite Irikumi, cuya traducción más cercana es “combate sin reglas”, es decir, lisa y llanamente, una pelea. Actualmente hay competencias de esta variante del Kumite, que tiene ciertos cuidados y restricciones, aunque es lo más cercano a una lucha real[xxvi].
Si bien cualquier tipo de Kumite nos serviría para poder analizar la analogía con el estudio lingüístico, creo que lo mejor es que nos concentremos en el combate que puede generarse en situaciones de la vida cotidiana, que son las que ponen a prueba todo nuestro entrenamiento. En definitiva, este es el punto de origen del Karate, pues no deja de ser una práctica destinada a la defensa personal en donde las reglas no existen, no se estipulan de antemano.
Por este motivo, me gusta comparar al Kumite con el “habla”, que es lo natural, lo intrínsecamente humano, lo que instintivamente surge cuando queremos comunicarnos. Del mismo modo, si nos sentimos amenazados, vamos a tratar de huir pero, si no tenemos esa posibilidad, batallaremos como podamos, con piñas, patadas, uñas y dientes: es el instinto de supervivencia.
Por otro lado, tanto el Kata como el Kihon son equiparables a la “escritura” por su carácter artificial, algo que fue creado posteriormente y que se aprende a una edad en la que la faceta comunicacional del habla ya es dominada. Lo natural en un niño pequeño, cuando quiere comunicarse, es que hable (lo mejor que pueda) no que nos escriba una nota. Lo mismo si somos atacados: la reacción espontánea es la de la defensa y la lucha, no la de hacer un Kata.
Ciertamente, estos elementos no son opuestos, sino que se complementan: la escritura colabora a pulir el habla así como el Kata y el Kihon nos ayudan a perfeccionar el Kumite. Cualquiera puede hablar, cualquiera puede pelear, pero hacerlo bien es otra cosa.
En la Lingüística funcionalista[xxvii] se pone de manifiesto que el propósito primordial del lenguaje es la comunicación y por este motivo es el foco que hay que mantener ante cualquier investigación que se haga. Por esto mismo me parece un buen punto de referencia para analizar el Kumite, pues es lo que tenemos en la mira cuando repetimos técnica tras técnica, cuando analizamos los Katas, cuando fortalecemos el cuerpo: es la comprobación definitiva de cómo hemos entrenado.
Así como, según el Funcionalismo, la estructura de la lengua se puede entender y comprender sin las categorías gramaticales, es decir, que la teoría no es un constructo “a priori” sino que es el resultado de análisis y observación; uno puede realizar Kumite sin necesidad de conocer los nombres de las técnicas. Un infante habla perfectamente antes de saber qué sigue tal o cual regla sintáctica. Estos preceptos sobre la lengua, que aprendemos en la escuela desde chiquitos, son cristalizaciones del uso, esto es, formas que se repiten comúnmente en el habla cotidiana.
Estas reglas son descriptivas, no prescriptivas: el uso determina la norma, no al revés. Se observa la forma de hablar y de comunicarse y por eso se trata de establecer un sistema de normas para poder estudiarla y enseñarla con mayor facilidad. De esta misma manera podemos pensar, ahora, sobre la pedagogía del Karate: ¿serviría de algo enseñar técnicas que no puedan ser aplicadas en una situación real?
Ciertamente no tendría sentido a no ser que solo sea para mostrar algo vistoso, pero, en todo caso, sería mera decoración ya que se perdería de vista la eficacia necesaria de toda técnica de Karate. Así, la práctica del Kata y del Kihon tienen un ojo puesto en el perfeccionamiento del Kumite, de la defensa ante un ataque. Nos ofrecen situaciones marco para que podamos entrenar el golpe, el bloqueo y también para controlar los impulsos y las reacciones violentas.
Fijémonos, sino, en la mirada Funcionalista que Osensei Rodríguez nos ofrece sobre el Karate: “Es conocido que los viejos maestros estudiaron el combate entre los animales, entre los animales y el hombre y del hombre con el hombre. Además de la anatomía y fisiología humana, tomaron en cuenta la circulación de la sangre durante las veinticuatro horas del día, la vulnerabilidad de los puntos vitales (…) Todos estos elementos fueron incorporados al Kata.”[xxviii]
El Kihon y el Kata se adaptan a la situación de Kumite, no al revés. Por eso si me encuentro en una ocasión de combate, es probable que, al realizar los movimientos aprendidos en un Kata o en el Kihon, no busque que su uso se asemeje al practicado, sino que sea efectivo y me libere de mi oponente. Sin embargo, el entrenamiento constante en la forma, la repetición y el análisis del Kata, Bunkai y Kihon me van a dar más precisión y eficiencia en dicha situación. De la misma manera, el conocimiento y estudio del lenguaje me va a permitir tener un mayor dominio de la palabra y lograr, de esta manera, conseguir mi objetivo. Otro punto preponderante que podemos tomar de la Teoría Funcionalista es la trascendencia del contexto dentro de la comunicación ya que no se limita a estudiar solo los elementos lingüísticos sino que se ocupa de la situación comunicativa y explica el sistema gramatical en función de esta.
Cuando analizamos el Kata, dijimos que era asimilable al estudio de la “oración” por su carácter ideal y arquetípico; pues ahora, en el Kumite nos adentramos en los dominios del “enunciado”. La diferencia fundamental radica en la importancia que se le da a la situación que rodea al discurso: “no son simplemente sucesiones, o cadenas de formas de palabras. Superpuesto al componente verbal hay siempre (…) un componente no verbal”[xxix]. Estos aspectos contextuales (estado anímico, nivel de relación con mi interlocutor, grado de formalidad de la situación, ruidos exteriores, etc.) son igual de importantes que las palabras debido a que son pertinentes para lograr comprender lo que sucede y expresarme consecuentemente.
Cuando hacemos Kihon, el contexto está controlado, no hay sorpresas y las variantes técnicas se reducen a un número restringido de opciones. La cosa cambia cuando nos encontramos haciendo Kumite, y ni hablar si el combate se realiza fuera de un ambiente seguro, como la calle. Saber qué técnica elegir, cómo resolver tal o cual situación se convierte en algo vital. La observación del contexto es fundamental para el Kumite, pues el entorno puede convertirse en nuestro mejor aliado o en nuestro peor enemigo: si hay varios oponentes, elementos alrededor, gente mirando, irregularidades del terreno, qué características físicas tiene mi contrincante, su actitud, si estoy solo o acompañado, entre otras miles de variables más. Podemos usar estas singularidades a nuestro favor o nos pueden jugar una mala pasada y todo eso debería ser parte del entrenamiento práctico del Kumite pues, si tuviésemos la mala fortuna de vernos involucrados en una situación hostil, el componente no-técnico, es decir, lo contextual, se convertiría en algo tan importante como nuestra pericia en la ejecución de las técnicas.
El factor contextual, dentro del Funcionalismo, se relaciona con el “conocimiento de mundo” que uno pueda tener, lo que está vinculado no sólo con el saber técnico sino con la experiencia y con la capacidad de observación del ambiente. Esto me permitirá realizar inferencias sobre lo que sucede a mi alrededor o lo que se está diciendo y filtrar los elementos que considero más relevantes. Este concepto de “relevancia” es muy interesante para comprender la mecánica de la comunicación pero también nos permitirá analizar su implicancia dentro del ejercicio del Kumite. La relevancia se mide en términos de “efectos contextuales”, es decir, un supuesto será relevante cuanto mayor sea su influencia sobre el contexto. Mientras más vasta sea nuestra capacidad para extraer las consecuencias que acarrea realizar o decir algo, mejor podremos comprender y producir intenciones, sugerencias, explicaciones, ironías, insultos, mentiras, etc. Es necesario ligar este razonamiento con el principio de “economía” de todo lenguaje, debido a que, a menor esfuerzo de procesamiento, mayor será la relevancia alcanzada: “El esfuerzo de procesamiento es un factor negativo: en igualdad de condiciones, cuanto mayor sea el esfuerzo de procesamiento menor será la relevancia”[xxx].
En otras palabras, cuanto más tardemos y nos esforcemos en decir o hacer algo, menor será el efecto que logremos. Además, porque no todo debe ser dicho, hay cosas que se sobreentienden, del mismo modo en un combate uno debería poder mirar el entorno y realizar inferencias sobre lo que puede ocurrir, para no malinterpretar situaciones, para encontrar el método más eficaz de salir airoso de la situación.
Y, tanto en el lenguaje como en el Karate, la mejor manera de ganar experiencia y mejorar nuestra capacidad de inferir es entrenando, practicando y estudiando. Cuando hablamos, mentalmente eliminamos los supuestos que son menos relevantes, es decir los que podrían causar bajos efectos contextuales, en cambio, los que tienen mayor posibilidad de ser relevantes captan automáticamente nuestra atención. Es decir, los mecanismos perceptivos nos orientan hacia la comprensión de los enunciados.
Si trasladamos esta idea hacia el Kumite, es claro que, por un lado, estudiamos constantemente al oponente y al lugar que nos rodea. Así juzgamos, en base a nuestra observación, si los movimientos que aquel realiza pueden tener grandes efectos contextuales, o sea, ser relevantes y, por otra parte, generar una respuesta de mi parte, que debería ser igual de relevante (o mayor) que la de mi contrincante. Por supuesto, nuestra intuición juega un papel fundamental en la capacidad de interpretar la situación.
El entrenamiento constante de un Kumite no repetitivo (para no caer en el acostumbramiento), nos permitirá adaptarnos a coyunturas inesperadas que requerirán un hábil manejo, tanto de las técnicas como de la capacidad de observación. Todo es cuestión de productividad.
Tomemos, por ejemplo, el concepto, tan arraigado en el Karate, de Ikken Hissatsu (一拳必殺): un golpe, una victoria. Muchas veces nos han dicho que entrenamos para poder resolver situaciones conflictivas con un solo golpe porque es mucho más seguro que verse envuelto en una larga contienda. Por eso, entrenamos para ser eficientes, como decía Bruce Lee: “Yo no temo al hombre que ha lanzado diez mil patadas diferentes, yo temo al hombre que ha lanzado una misma patada diez mil veces”. En términos lingüísticos, buscamos aumentar la relevancia de nuestras técnicas para lograr mayores efectos contextuales con el menor esfuerzo posible.
En definitiva, analizar el Kumite desde una mirada Funcionalista nos permite no perder de vista uno de los objetivos fundamentales de la práctica del Karate, que es su función práctica y aplicable a situaciones conflictivas.
Creo que este pragmatismo no puede alcanzarse sólo adiestrándose en las habilidades de combate, sino que es necesario combinar los tres pilares del entrenamiento: Kihon, Kata y Kumite, pero sin perder de vista que, al igual que en el lenguaje, en el Karate-Do primero está el uso y no la teoría, mas la mejora técnica dada por la teoría, intensifica la relevancia del uso.
Palabras finales
Luego de este recorrido en el que vimos múltiples relaciones entre el Karate y el Lenguaje, es necesario hacer un cierre: creo que hemos podido vislumbrar zonas en las que estas disciplinas, tan distintas en apariencia, se superponen y encontramos puntos de contacto que nos permiten ver, desde otra perspectiva, la metodología de enseñanza y aprendizaje del Karate.
¿Por qué mirarlo bajo la lupa de la Lingüística? Bueno, todos hablamos, así que el lenguaje, como algo cotidiano, puede ser también un punto de acceso para el estudio del karate pero además, el Karate puede resultar una buena referencia para comprender y analizar el lenguaje.
Inicié este trabajo en las “Palabras liminares” con una anécdota personal, me gustaría retomarlas y volver al tono más íntimo, pues no puedo dejar de pensar en qué es lo que me llevó a escribir sobre este tema.
Me gusta establecer conexiones, no puedo evitarlo. Suelo relacionar las cosas, buscar similitudes, puntos en común. A veces es exasperante y emocionante a la vez, porque esto me hace revisar y revisitar temas que parecían cerrados dentro de mi cabeza y que ahora aparecen iluminados por una luz diferente, que me muestra una faceta oculta hasta el momento. Creo que tomar distancia, alejarse del árbol para ver el bosque es un ejercicio que nos puede brindar grandes satisfacciones. Por eso, estas páginas representan una escritura profundamente personal e íntima. Fueron trabajadas durante muchos meses, a lo largo de los cuales han pasado infinidad de cosas (incluso una pandemia mundial) que me han hecho borrar y reescribir fragmentos enteros. Seguramente en unos años me arrepienta de mucho de lo que he escrito aquí -o no- y eso está muy bien. Si no fuera así significaría que soy como una estatua, fija y que junta verdín, y a mí lo que me interesa es revisionar las ideas, aprender constantemente, no quedarme quieto.
Lo que aquí he redactado simboliza, en parte, el final de una trayectoria que inicié hace varios años de la mano de mi Sensei Julio Campos en el Seijitsu Dojo de City Bell, pero que no es la culminación de nada sino que es un mojón en la ruta y hay que seguir avanzando como sea. La pregunta es ¿por dónde? ¿Qué caminos posibles me ha mostrado el Karate?
Ciertamente desconocemos las vicisitudes que se nos pueden presentar, pero reflexionar sobre las ideas que quedan aquí plasmadas me llevó a hacer una autoreflexión sobre mis propios intereses ¿qué tienen que ver el Karate y la Lingüística entonces? Para mí, todo; pues son parte fundamental de mi vida: he relacionado temas que, en apariencia, son tan distintos porque sin duda se encuentran vinculados íntimamente dentro de mi vida cotidiana.
No pude evitar que aparezcan los temas que me interpelan constantemente como el karate, la docencia, la literatura, el lenguaje, porque todos ellos, en conjunto, son una parte de lo que soy. Me resulta curioso definirme como un gran crisol de intereses, pero es así, y tal vez no sean estos temas tan distintos como uno cree, tal como he intentado demostrar. Entonces, acaso el próximo paso sea intentar la docencia del Karate, es algo que realmente me apasiona y tengo muchas ganas de aprender. Ojalá se me presente la oportunidad. ¿Seguir entrenando como el primer día? ¡Por supuesto! Pero sobre todo, no estancarse, siempre avanzar, siempre.
[i] 1 Para los términos técnicos en japonés remitirse al glosario que se encuentra al final del trabajo.
[ii] Wittgenstein, L. (1921) Tractatus logico-philosophicus
[iii] Ocampo, S. (1961) El diario de Porfiria Bernal
[iv] Técnica, del griego τεχνικός, que significa “persona con alguna habilidad o destreza” y de ahí el concepto aristotélico de τέχνη como “Arte o ciencia realizada con maestría”
[v] Genkai Nakaima (1978) Chojun Miyagi: el maestro de Karate. Su infinita bondad y moralidad, Revista Aoi Umi
[vi] Ferdinand de Saussure (1857-1913). Semiólogo suizo, reconocido por ser el fundador de la lingüística moderna y uno de los precursores del estructuralismo.
[vii] Osensei Juan Carlos Rodríguez (c. 1986) Extracto de un folleto de la “International Okinawa Goju-Ryu Karate-Do Federatlon (Argentina)”
[viii] Diccionario RAE.
[ix] Noam Chomsky (n. 1928). Filósofo estadounidense
[x] Chomsky, N. (1965). Aspects of the Theory of Syntax
[xi] Osensei Juan Carlos Rodríguez (c. 1986) Op Ci
[xii] La diferencia entre “estructura profunda” y “estructura superficial” puede entenderse con los siguientes ejemplos: Los fortísimos karatecas vencieron a sus oponentes. Los karatecas, quienes eran fortísimos, vencieron a sus oponentes. Los karatecas eran fortísimos y vencieron a sus oponentes. Vemos que estas tres oraciones dicen básicamente lo mismo, tienen el mismo significado, por lo tanto tienen idéntica “estructura profunda”. Sin embargo, al tener una sintaxis distinta y al variar el léxico, decimos que poseen una “estructura superficial” diferente. La estructura profunda contiene el significado de la oración mientras que la estructura superficial es la forma en la que la oración es dicha o escrita.
[xiii] Seiyunchin Goju-Ryu: https://youtu.be/pQq3OfKlPLU (AKKKA Ar, Proyecto Seiyunchin, 2020) Seienchin Shito-Ryu: https://youtu.be/BjYd-XjicQE (Karate, Kata Shito Ryu, 2021)
[xiv] Scurzi, P (2019), Dento 13 Seiyunchin Goju-Ryu: https://youtu.be/pQq3OfKlPLU (AKKKA Ar, Proyecto Seiyunchin, 2020) Seienchin Shito-Ryu: https://youtu.be/BjYd-XjicQE (Karate, Kata Shito Ryu, 2021) 1
[xv] Borges, J. L. (1985) Entrevista con Susan Sontag
[xvi] Término ideado por el antropólogo cubano Fernando Ortiz en 1940. Se define como “Adopción por parte de un pueblo o grupo social de formas culturales de otro pueblo que sustituyen completa o parcialmente las formas propias.
[xvii] Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando. Cuán presto se va el placer, cómo después de acordado da dolor, cómo, a nuestro parecer, cualquier tiempo pasado fue mejo
[xviii] https://www.bellasartes.gob.ar/coleccion/obra/6297/ c
[xix] Ueshima Onitsura (1661-1738). Poeta japonés
[xx] 0 Benjamin, W. (1936) La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica
[xxi] Scurzi, P. (2021) Bunkai
[xxii] John Lyons (1932-2020). Lingüista británico, especialista en Semántica.
[xxiii] Wittgenstein, L. (1953) Investigaciones filosóficas
[xxiv] Scurzi, P. (2021) Op. CIt.
[xxv] Vallejo, C. (1922). Trilce, poema XXIII
[xxvi] Párrafo aparte merecería el “diálogo” que se produce dentro del Kakie. Esta forma de combate, profundamente okinawense, se puede asemejar a un “debate” en el que medimos nuestras fuerzas, cedemos o atacamos, nos aflojamos o nos tensamos según la situación, pero con el objetivo en mente de lograr prevalecer nuestra propuesta por sobre la del contrincante. En el que el objetivo es medir constantemente al otro, sentirlo, interpretarlo, pues es importante ser más astuto que el otro: Al igual que en un debate, donde el uso del lenguaje y la situación contextual son medidas y calculadas hasta el detalle para lograr persuadir al oyente e interlocutor, estas pequeñas instantáneas de combate son pensadas y medidas para lograr efectividad en el momento indicado a partir de la observación de la situación.
[xxvii] Corriente que surge en los años ‘80 del siglo XX, sobre todo dentro de la Escuela de Praga y que ha trascendido a partir de las teorías de la Escuela de Columbia, principalmente de William Diver.
[xxviii] Osensei Juan Carlos Rodríguez (c.1986) Op. Cit.
[xxix] Lyons, J. (1997) Semántica lingüística
[xxx] Sperber, D. y Wilson, D. (1994) La relevancia
Bibliografía
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Glosario
Budo: (“camino del guerrero”) término que engloba el conocimiento técnico de las artes marciales japonesas y al conjunto de normas éticas para sus practicantes, similar a lo que representaba el bushidō para los guerreros samurái.
Chudan yoko uke: bloqueo de altura media.
Chudan: altura del pecho.
Dojo: lugar destinado a la práctica de las artes marciales.
Gedan barai uke: bloqueo a la zona baja.
Gedan: altura del vientre o zonas bajas.
Gekisai (dai ichi / dai ni): katas desarrollados alrededor de 1940 por Miyagi Chojun.
Goju-Ryu: (“estilo duro y flexible”) estilo de karate fundado en Naha, Okinawa, por Chōjun Miyagui, alrededor de la década de 1930.
Gyaku Tsuki: golpe de puño de lado de la pierna atrasada.
Haiku: tipo de poesía tradicional japonesa, muy breve y contemplativa.
Hari uke: bloqueo por encima de la cabeza con la palma de la mano.
Hojo undo: acondicionamiento físico. Jodan: altura de la cabeza.
Kake uke: bloqueo con la mano abierta.
Kime: concepto que, en pocas palabras, representa la fuerza y energía aplicada en una técnica.
Koken: golpe o bloqueo con el dorso de la muñeca, en la zona de los huesos carpianos.
Kuri uke: bloqueo con el codo.
Morote: con las dos manos. Doble.
Muchimi: palabra okinawense de difícil traducción. Significa pegajoso o pesado, y contempla una forma particular de ejecutar las técnicas.
Naname: en diagonal, a 45°.
Neko ashi dachi: postura en la que el cuerpo se apoya mayormente en la pierna trasera y la delantera queda levemente apoyada sobre los dedos (literalmente: “postura del gato”)
Oi tsuki: golpe de puño avanzando.
Osensei: gran maestro, maestro de maestros.
Renraku: ida y vuelta.
Rensoku: en línea.
Saifa: kata posiblemente aprendido y adaptado por Miyagi en algunos de sus viajes a China luego de la muerte de su Maestro en 1915.
Sanseru: kata enseñado por Kanryo Higaonna y aprendido, posteriormente, por su alumno, Miyagi Chojun.
Seiyunchin: kata de origen incierto, adaptado por Miyagi Chojun en los años ’20.
Sensei: maestro (en este caso, de artes marciales).
Shiko dachi: postura baja en la que las piernas se abren, las rodillas se flexionan y los pies apuntan hacia afuera, a 45°.
Shito-Ryu: estilo de karate fundado en Shuri, Okinawa, por Kenwa Mabuni, en la década del 1930.
Shotei barai: bloqueo hacia abajo con la palma de la mano.
Shotei: golpe o bloqueo con la palma de la mano.
Shuto barai: golpe o bloqueo que se realiza con el canto de la mano, es decir, la zona del metacarpo del meñique.
Tai sabaki: desplazamiento del cuerpo para esquivar un golpe.
Tetsui uchi: “golpe de martillo”. Golpe con el canto del puño.
Tori: el que ataca.
Tsuki: golpe de puño.
Uchi: golpe.
Uke: bloqueo. El que defiende Uraken: golpe con el dorso del puño.