por el Ing. Ricardo Joaquín.
Por razones laborales he tenido que viajar a Monterrey, México. Estas responsabilidades te alejan de la familia y los afectos pero te permite reevaluar pasiones, rutinas, modelos estancos.
Cerca de donde me alojé, encontré un par dojos de karate estilo Shito Ryu que pude visitar. Elegí uno de ellos probablemente porque me pareció más organizado y el Instructor a cargo, el sensei, irradiaba cierta solidez en su plan de trabajo y poca improvisación en su metodología, algo que en otros dojos de la zona no llegué a ver.
Llegado el momento quizás me atreva a preguntar, ¿cómo se convive con un estilo que tiene 64 kata?.
Su fundador, Kenwa Mabuni, pensó que en su estilo debían poder convivir todos los katas de los estilos okinawenses. Una especie de compendio, una biblioteca de katas en un solo lugar.
Si consideramos que, una de las bases de la buena práctica del Karate afirma que, “…uno nunca termina de aprender”, esta escuela hace gala explícita en ese concepto. Si el Goju Ryu tiene una gran caja de herramientas en sus doce katas, sin lugar a dudas, el Shito Ryu tiene la ferretería completa.
La pregunta natural es, ¿cómo llegan a dominar los 64 kata que contienen en su curricula?. No puedo evitar pensar que, no siempre “lo que abunda no daña”. Ver que algunos Kyu avanzados y algún que otro Dan, deben seguir al sensei, para poder completar la mayoría de los kata, me estaría confirmando esto.
Recuerdo que nuestro Sensei nos contaba que, Kanryo Higaonna, no enseñaba más de cuatro katas, y no los mismos a todos sus alumnos, lo cual le da un sentido extra a lo del “daño” de lo que “abunda”. Sin embargo, los practicantes de Shito Ryu no parecen preocupados por este dilema y es evidente que no afecta su calidad técnica y probablemente hasta les genera la necesidad de una mayor dedicación, habida cuenta de lo basto que resulta su abanico técnico.
Haber entrado en el jardín vecino, me lleva a revalorizar el propio. Este otro jardín tiene muchísimas flores, plantas, árboles frutales de gran variedad, senderos adornados, fuentes, etc, pero no puedo dejar de pensar como ingeniero que: “…con las herramientas necesarias y adecuadas se puede realizar más eficientemente una empresa”. Incluso este razonamiento se alinea más a la tradición de austeridad característica de los habitantes del Imperio del Sol Naciente.
Pero ¿Y los gustos personales, las áreas de confort propias, las diferentes etapas de aprendizaje en la que uno se encuentra, el placer de recorrer el camino de una montaña aún no ha sido encumbrada o que el misterioso y vasto jardín aún tiene flores tan cerca de la antesis?. Esta pregunta, por sí sola, me obliga a evitar la complacencia de refugiarme en la necedad de creer que lo que yo hago es mejor, pues esto, inexorablemente, me aleja del verdadero DO: aprender.
En definitiva, encontrarle nuevos sentidos a las cosas, separándonos de agrietados dogmas, nos ayuda a descubrir dónde estamos parados en el jardín y cuan maravilloso será hallar aquellas flores de las que hoy solo suponemos su existencia por su perfume, ya queden fuera de nuestro campo visual o están tapadas por otras plantas. Entrar en el jardín vecino, debe hacerse con el afán de disfrutar las geometrías diversas, ver las nuevas armonías lograda con las mismas flores, los mismos arbustos en diferentes lugares y el agregado de muchas otras plantas más, algunas con perfumes y fragancias que quizás reconocemos, pero raras al combinarse con otras diferentes.
Por otro lado, la apreciación de que la verdad es una y es la nuestra, cierra la posibilidad de apreciar nuevos puntos de vista, la belleza de otros jardines, la fortuna de la variedad. Cuando la mirada “por encima de la medianera” busca competir, objetar, autoindulgencia, la envidia no tapará la soberbia. Creer en la superioridad de una disciplina sobre otra, nos retrasa, nos nubla la visión, nos marea y nos vence.
El secreto de la belleza es, en definitiva, la pasión y la dedicación que cada uno invierte en lo suyo.
Estar en Monterrey, una ciudad muy influenciada por su vecino del norte, me lleva a convivir con el sistema métrico y el sistema inglés de medidas, que, al utilizarlos simultáneamente sin hacer las pertinentes conversiones, nos conduce a errores insalvables. Algo así es lo que ocurre si se busca comparar técnicas o mecánicas de entrenamiento, en estilos diferentes, intentando medir en “centímetros”, algo que fue pensado en “pulgadas” o peor aún, en galones.
La clásica conformación de una clase de Karatedo, Kihon – Kata – Kumite, la preponderancia de una u otra o el matiz que se les dé, le da al entrenamiento un “color” muy diferente.
Ya que las metas a corto, mediano o largo plazo son cruciales en toda planificación, desconocer los objetivos del instructor, deja sin sentido todo análisis por comparación. Además, esto hace que cada “jardín” sea según el “jardinero” que lo atiende. Habrá jardines llenos de flores, otros de frutales, otros de coníferas, montes, solares, estanques, con senderos que llevan a fuentes y o, simplemente, a ninguna parte…
Esta experiencia me llevó a comprender la importancia del “individuo” como base inicial de todo. Con más o menos flores en definitiva, la salud y la belleza del jardín dependerán del sol, del agua pero sobre todo del “jardinero”. Que a una flor en un país se le llame margarita y en otro daisy, no hace a la flor diferente, pero si esa flor no recibe el cuidado, el sol y el agua necesarios, será la diferencia entre que brille o se marchite. Qué una patada se llame hiki geri en lugar de mae geri no es importante, pero que en ambos casos se entrene buscando que la rodilla se eleve al inicio y final de la ejecución, es fundamental.
Intentar comparar estilos, es totalmente infructuoso. Buscar entender porque en Shito Ryu el entrenamiento del kihon se hace con matices de shiai o el kumite como ippon yakusoku o como bunkai, pero sin irikumi, en acciones tan diferentes al enfoque de nuestra escuela Goju Ryu, es perderse el bosque por ver el árbol.
Siempre estaré agradecido a sensei Alejandro Lozano de la Asociación Shito Kai Murayama, Monterrey México, por permitir que me asomara a su jardín. Pude entrenar y conocer técnicas nuevas, interpretaciones diferentes de técnicas conocidas y enfoques superadores que, sin perjuicio de atentar contra mi jardín, lo mejoraron y lo nutrieron. Han sido, sin lugar a dudas, dos meses muy interesantes que quedarán por siempre en mis recuerdos y en mi experiencia.
Como dice nuestro Sensei en Argentina: “es preferible ser un guerrero en un jardín, que un jardinero en el campo de batalla”.