Pablo Moviglia Leibovich
Abstract:
Durante los siglos previos a la incorporación definitiva de Okinawa al Imperio Japonés, el reino de Ryu Kyu gozó de una posición privilegiada en una de las rutas comerciales más importantes del mundo. Dicha posición transformó a la isla de Okinawa en una parada obligada para quien quisiera transitar las aguas del Mar de China, beneficiando enormemente la situación económica del reino de Ryu Kyu. Chinos, japoneses, filipinos, pueblos del sudeste asiático, europeos, americanos; todos dejaron su huella e influenciaron de manera definitiva la cultura de un pueblo con clara tendencia a la diplomacia. Mediante la explicación de las relaciones diplomáticas del reino de Ryu Kyu con sus diversos vecinos, tanto orientales como occidentales, este trabajo analizará la forma en la que el Reino de Ryu Kyu se relacionó con su entorno, cómo las circunstancias históricas y políticas llevaron al desarrollo de la cordialidad okinawense y de qué manera esta cordialidad posibilitó la subsistencia de este pequeño y próspero reino en un mar de gigantes.
Introducción:
Es difícil salir de ciertos estereotipos que la propia educación que recibimos nos impone. Entiendo que ésta es una afirmación fuerte para empezar este trabajo y que, para colmo de males, pareciera que tiene poco que ver con el reino de Ryu Kyu, pero, según me parece, es necesario, antes de comenzar, establecer ciertos parámetros para que tanto el lector como el escritor nos encontremos en la misma “página” a la hora de leer los párrafos que están por venir. La manera en la que aprendemos historia tiene que ver con procesos que se iniciaron en el siglo XIX, en plena época que los historiadores suelen denominar “la Era del Imperio”. En este período, también llamado “el largo siglo XIX”, las naciones europeas competían por poder y prestigio, tanto político, como militar y económico, y buscaban plasmarlos en todo cuanto pudieran. Teniendo esto en cuenta, no es de extrañar que la manera en la que recibimos el conocimiento histórico, heredada de las grandes y tradicionales escuelas historiográficas europeas, tenga un marcado sesgo eurocentrista. Este sesgo, el que nos hace pensar en el Extremo Oriente de Asia como un territorio remoto, misterioso y exótico, se llama, según Edward Said, “orientalismo”. Dentro de esta visión de “Oriente”, Okinawa aparece como una isla con una cultura milenaria, perdida en la última frontera, cuando, en verdad, según la propia lógica de su entorno geográfico, no solo se encontraba prácticamente en el centro del mundo “civilizado”, sino que fue muy influenciada por su entorno. Mejor dicho; el reino de Ryu Kyu, hoy en día desaparecido, se encontraba en el centro de una de las rutas comerciales de mayor importancia a nivel regional y mundial. Esta centralidad geográfica moldeó la cultura okinawense, dando como resultado un pueblo con una identidad muy fuerte y una idiosincrasia clara. En este trabajo me propongo entender cómo el espacio geográfico en el que se encuentra Okinawa influyó en la cultura de su gente. Con este fin en mente, y para tener alguna chance de tener éxito, es necesario, primero, hablar un poco de historia.
Siglos XIV a XVII, relación con China y con Japón:
El reino de RyuKyu, ubicado en el centro de una ruta comercial extremadamente provechosa, tuvo que aprender a moverse diplomáticamente en el ámbito que lo rodeaba. La ruta comercial entre China, Japón y el Sudeste asiático traía grandes riquezas y grandes oportunidades, pero, a su vez, no estaba exenta de amenazas. Pese a haber realizado campañas militares propias y contar con ciertos aires expansionistas, el reino de Ryu Kyu había sido “bajado a tierra” por parte de los mongoles, en su intento de invasión a Japón en el siglo XIII. El Imperio de Kublai Khan pretendía que todos los territorios que circundaban a China aceptasen el dominio de la dinastía Yuan, por lo que pidieron a cada uno de estos estados que enviaran apoyo militar para la invasión a Japón, en señal de sumisión. El reino de Ryu Kyu se negó, causando la ira de los mongoles, que realizaron una invasión de castigo a la isla. A partir de este momento, las ansias expansionistas de Shuri cesaron, y la cordialidad diplomática pasó a ser política de estado. La manera en la que la corte de Shuri maniobró diplomáticamente entre sus grandes vecinos permitió la subsistencia del reino como entidad política independiente. Si bien Shuri conseguía su poder y prestigio por medio del comercio, y esto hacía que tuviese que relacionarse de buena manera con todos sus vecinos, la corte de Shuri decidió privilegiar la relación con Pekín. En el año 1372, Ryu Kyu se transforma en un estado tributario de la corte de Pekín. Desde que se firmó el tratado de tributo, según cuenta George Kerr en su libro “Okinawa, the history of an island people”, el reino de Ryu Kyu se transformó en el tributario más fiel del Imperio Chino, al punto de que, como recolecta Kerr, la sobre-adulación habría sido constatada por la corte de Pekín en sus registros. Esto no es un dato menor. La posición de Okinawa le confería la posibilidad de beneficiarse como ningún otro reino de las rutas comerciales marítimas chinas, por lo cual es entendible que la corte de Shuri buscara mantener esta relación a como diera lugar. Para China, por otro lado, el tributo de Ryu Kyu carecía de importancia real, y los objetos de lujo que el reino tributario pudiese ofrecer no llamaban la atención de la corte de Pekín, por lo que, simplemente, dejó ser a este pequeño reino. De hecho, Kerr afirma que el costo total de los viajes de los enviados de China al reino de Ryu Kyu superaba con creces cualquier tributo que este reino pudiese otorgar. Esta situación generaba más de un dolor de cabeza en la corte de Pekín. Los burócratas chinos veían con malos ojos las constantes peticiones por parte del reino de Ryu Kyu de un aumento en la frecuencia de los enviados imperiales. Sin embargo, esta aparente falta de atención por parte de la burocracia imperial se veía contrastada con la manera en la que los enviados chinos percibían a los okinawenses. La élite del reino de Ryu Kyu ponía todo el empeño posible en aprender la cultura y las costumbres chinas. Esto, según cuenta Kerr, llegó a su punto álgido en el año 1554, cuando el emperador confirió al rey de Ryu Kyu una tabla con la inscripción “Shurei no Kuni” (País de Propiedad). El rey se mostró tan complacido con este regalo que decidió erigir una puerta cerca de su castillo, en la cual instaló la placa para que fuese vista por todo el mundo. La complacencia china con el intento de asimilación de la élite de Ryu Kyu se manifestó de otras maneras. Escuelas confucianistas chinas fueron instaladas en la isla, y a ellas asistía la juventud del reino. Por otro lado, en Naha se estableció la aldea de Kume, a toda cuenta una colonia china con participación local. Los jóvenes de Kume serían los encargados, hasta la llegada del rey Sho On, a fines del siglo XVIII, de todos los puestos diplomáticos en relación con China. Se asentaban las bases para una influencia cultural duradera.
Esto no pasaba desapercibido en el entorno del Pacífico Occidental. Desde el siglo XIV, cuando Japón había echado con amenazas a los enviados imperiales chinos que habían llegado a las islas japonesas exigiendo tributo, las relaciones entre ambos estados habían sido tensas. Satsuma, ubicado en el sur de Kyushu, había entendido que la posición geográfica de Okinawa permitía un rápido acceso al mercado chino y también al mercado coreano, por lo que había encarado una rápida acción comercial para intentar establecer una red de comercio propia. Sin embargo, eran los mercaderes de Ryu Kyu los que podían acceder a dichas rutas comerciales, no los de Satsuma. Por este motivo, dependía completamente de los mercaderes okinawenses para abastecerse de productos provenientes del continente, por lo que la relación debía ser lo más cercana posible. Sin embargo, no solo Satsuma mostró interés en establecer relaciones con Ryu Kyu. La insistencia japonesa se tradujo en un esfuerzo por parte de la corte de Shuri de mediar entre China y Japón, logrando acercar posiciones. El éxito en la mediación por parte de la corte de Shuri acrecentó el interés de Satsuma por un acercamiento definitivo con Okinawa. Sin embargo, la nueva era de comercio entre China y Japón trajo, también, un resurgimiento de la piratería en la región. Esto iba completamente en contra de los intereses okinawenses, dado que los comerciantes de la isla buscaban extender aún más sus redes de comercio. Por este motivo, y teniendo en cuenta la voluntad de Satsuma de acercar posiciones, la corte de Shuri recurrió a la protección del señor Shimazu, concediéndole, a cambio, una porción mayor del comercio okinawense. Satsuma y Shuri monopolizaron el comercio entre China y Japón. La relación entre ambos territorios continuó con gran beneficio para ambas partes, hasta que ciertas circunstancias instalaron la idea en Satsuma de que Okinawa estaría mejor bajo gobierno de los Shimazu.
La posición estratégica de la isla de Okinawa no solo permitió a sus habitantes acceder a la ruta comercial entre China y Japón. Según cuentan las crónicas portuguesas del siglo XVI, mercaderes okinawenses se habrían asentado en Malaca, donde habrían hecho intercambios con mercaderes tan lejanos como de Egipto o Turquía. Sin lugar a dudas, esta predisposición del pueblo okinawense a moverse en el ámbito del comercio moldeó su idiosincrasia. El reino de Ryu Kyu se sabía chico en un mundo de gigantes, por lo que la cordialidad estaba a la orden del día. Las crónicas portuguesas cuentan que, a fines del comercio, los habitantes de Malaca consideraban a los okinawenses iguales a los portugueses. La única diferencia entre los okinawenses y los europeos, es que los asiáticos no buscaban comprar humanos. Los comerciantes okinawenses eran descritos como muy similares en maneras a los japoneses y a los chinos, pero siempre mejor vestidos. Los productos con los que comerciaban eran, sobre todo, piedras preciosas. Más allá de que los okinawenses se instalaran en varios centros comerciales, ellos mismos habían creado su propia red de comercio, exportando los beneficios de dicha red. El avance del comercio europeo, de carácter menos cordial, más pujante, hizo retroceder a los okinawenses, que comenzaron a replegarse. A su vez, la creciente presencia europea en el sudeste asiático había alertado a los gobernantes japoneses, que veían con malos ojos la aparente falta de defensa en su frontera sur. La gran amenaza, para ojos japoneses, era España. La expansión sobre las Filipinas hacía que los japoneses asumieran que iban a ser los siguientes en ser atacados. Interesantemente, un estudio que hace Alfonso Falero en su libro titulado “Política y cultura en la historia de Japón” dice que, en realidad, esta visión de la España “expansionista” había sido apoyada por sectores que buscaban un acercamiento a los holandeses. Más allá de esta intención o no de perjudicar las relaciones con España, los japoneses se sentían completamente amenazados por la presencia cercana de un territorio tan extenso en manos occidentales. Sobre esta premisa, y, sobre todo, bajo la excusa de la aparente falta de muestras de respeto de los okinawenses a Tokugawa, Satsuma decide realizar una expedición a la isla de Okinawa, conquistándola en el año 1609. Esta conquista significó un desastre económico para Shuri. Sin embargo, Satsuma estableció una serie de cláusulas para el dominio de Okinawa que dejaban bastante libertad a la población conquistada. Esto fue gracias a la posición del reino de Ryu Kyu. Para Satsuma, la conquista de la isla implicaba un puerto libre de acceso al mercado chino, y, por ende, tenía un enorme potencial económico. A su vez, no tenía que hacer ningún tipo de inversión, ya que todo recaía en manos okinawenses. El plan era simple, Okinawa seguía comerciando con China, pero en nombre de Satsuma. De alguna manera, las autoridades chinas no se enteraron de la conquista, lo que permitió a Satsuma y, por extensión, a Japón, cosechar los frutos de la victoria sin recibir ningún perjuicio. El gran perdedor era, sin embargo, el reino de Ryu Kyu, que, siguiendo su tratado de tributo al Imperio Chino, se había transformado, también, en vasallo de Satsuma. Interesantemente, el tratado de vasallaje, conocido como “El Juramento del Rey”, estipulaba una supuesta relación ancestral entre Satsuma y Ryu Kyu, justificando, de esta manera, el derecho a dominio que tenían los Shimazu por sobre la corte de Shuri.
Siglo XVIII, encuentros con occidentales:
Pese al aislacionismo, parece ser que muchos europeos tuvieron contacto con okinawenses. En el siglo XVIII, específicamente en el año 1771, llega a la isla, procedente de una cárcel en Kamchatka, Mauricio de Benyowsky, un noble polaco que había sido capturado y encarcelado por Rusia por su apoyo a la causa de la independencia de Polonia. Benyowsky escribe una crónica de su estadía en la isla, describiendo a la población local y sus costumbres. Lo interesante del viaje de Benyowsky es que nos retrata la cordialidad okinawense, intacta, pese a la virtual pérdida de independencia. Benyowsky cuenta que en Okinawa se encuentra con una población que lo recibe con cordialidad. Al enterarse de que el recién llegado era cristiano, los locales le presentan a algunos okinawenses que profesaban su religión, conversos de la misión portuguesa. Logran comunicarse porque varios de estos okinawenses cristianos hablaban portugués, y hasta lo llevan a la tumba del sacerdote, que había llegado a la isla en el año 1749 y había realizado la misión evangelizadora. Recordemos que este es un período en el que el territorio japonés estaba aislado, y el cristianismo estaba prohibido. Okinawa se había transformado, dentro del aislacionismo japonés, en un refugio para perseguidos. En el momento en el que Benyowsky embarca para emprender su viaje a Europa, se firma un documento entre su tripulación y los habitantes de Okinawa. En este documento, Benyowsky promete retornar a la isla con “hombres virtuosos” para que aprendan las buenas costumbres y maneras de los okinawenses. La población local, por su parte, se comprometía a compartir la tierra y dar asistencia a los nuevos habitantes. Benyowsky no cumple con su palabra, muere antes de llegar a Europa. Por parte de los okinawenses, no va a pasar mucho tiempo hasta que vuelvan a ver barcos occidentales en sus aguas. Los británicos, en plena expansión industrial, también buscaron establecer acuerdos de comercio con China y Japón, y visitaron la isla de Okinawa a fines del siglo XVIII, las crónicas británicas hablan de un recibimiento muy cordial y de la entrega de regalos en forma de alimentos y madera. Interesantemente, los cronistas británicos destacan, especialmente, la cantidad de productos recibidos, dando a entender que les llamaba la atención la riqueza de la isla. Tan solo medio siglo después de la llegada de Benyowsky a las costas okinawenses, barcos rusos navegaban entre las islas japonesas, demandando la apertura del país al comercio extranjero. Viendo la creciente presencia occidental en el Mar de Japón, el sogún comenzó a buscar alguna solución que pudiese dejar a su país sin la necesidad de abrirse al comercio exterior. La solución parecía ser la de realizar un nuevo puerto para el comercio con europeos en Okinawa, así como Naha era el puerto para comerciar con los chinos, pero, eventualmente, la idea fue desechada. Por su parte, los occidentales también consideraban una buena idea entrar por Naha a Japón, ya que consideraban a la geografía más benigna y, posiblemente, a la población más accesible.
Okinawa, un libro de visitantes a cielo abierto:
Todos los ejemplos citados en los párrafos anteriores tienen algo en común: pese a vivir en un mundo de superpotencias en conflicto, no sólo entre sí, sino, también, con los que venían de lejos, la isla de Okinawa parece haber sido siempre (o, al menos, a partir de ese evento traumático que fue la invasión de los mongoles) un puerto seguro para cualquier viajero. Si hay algo que nos demuestran las fuentes es que el reino de RyuKyu parecía una especie de “paraíso para el viajero” en el Pacífico occidental. Cada viajero dejaba su huella cultural, una especie de “souvenir” que dota a los historiadores de una lista increíblemente precisa de quienes estaban de paso por las aguas okinawenses en el período que me he propuesto analizar. Desde la comida okinawense (con su aparente influencia portuguesa, la cual podríamos intentar vincular a la misión portuguesa citada en los párrafos anteriores), pasando por la vestimenta tradicional (definida, muchas veces, como una mezcla precisa entre el estilo japonés y el chino), hasta las famosas artes marciales okinawenses (hasta el día de hoy hay investigadores que proponen, más allá del origen nativo y chino, una influencia directa japonesa y, también, en menor medida, filipina), la cultura okinawense es un resultado de estos viajes. Como mencionaba en los primeros párrafos de este trabajo, los okinawenses fueron excelentes comerciantes, estableciendo colonias de mercaderes en Malaca, Java y otros importantes centros comerciales, pero fueron, inclusive, mejores anfitriones. Los ejemplos que cité, y muchos otros, hablan de un pueblo muy propenso a la cordialidad que supo sacarle provecho a la imagen que había hecho de sí mismo. Todos los estados del Este de Asia, al menos los cercanos a Ryu Kyu, sabían de esta cordialidad. Hay pocos aspectos de la cultura okinawense que estén exentos de influencia extranjera. La naturaleza propia de las sociedades marítimas dedicadas al comercio hizo de la sociedad okinawense una especialmente permeable a culturas “de afuera”. Y el contacto con estas culturas era constante, porque el Pacífico Occidental era, básicamente, una autopista marítima, y Okinawa estaba justo en el centro. Este “libro de visitas a cielo abierto”, si se me permite el término, nos permite ver que este extenso paraje marítimo que, desde nuestra perspectiva, es casi una “frontera exterior” (al menos, si vemos un planisferio con el centro en Greenwich) es, para la gente que vive y vivió allí, un medio que une a todas las sociedades circundantes.
Conclusión:
Analizando específicamente la situación diplomática del reino de RyuKyu en el período entre el siglo XIV y el siglo XVIII, vemos un intento, por parte de un estado, en esencia, comerciante, de mantener, ante todo, la propia independencia. El reino de RyuKyu buscó, cuando lo necesitó, el apoyo de vecinos más poderosos y, por todos los medios, trató de no perjudicar a sus vecinos para no provocar una reacción adversa. Cuando Satsuma invade Okinawa, las fuerzas japonesas se encontraron con una población sin ejército estable, más allá de su casta guerrera, ya que la última acción militar okinawense había sido trescientos años antes. El poder de RyuKyu no estaba en las armas, sino en las relaciones cordiales. De esta manera, la isla prosperó, las redes de comercio se extendieron, y el bienestar económico se transformó en la norma. Sin embargo, este bienestar generalizado terminó gracias a que otros, más poderosos, quisieron reclamar los beneficios de siglos de políticas de cordialidad por parte de los okinawenses. Interesantemente, el hecho de haber sido conquistados por una fuerza externa no mermó los esfuerzos de cordialidad y diplomacia del pueblo okinawense. Podemos ver esto en la manera en la que reciben a viajeros extranjeros e, inclusive, a misioneros occidentales. La manera en la que el pueblo de Okinawa se había relacionado con su entorno geográfico marcó para siempre la idiosincrasia local. El fácil acceso de extranjeros a Okinawa posibilitó una mezcla cultural que vemos hasta hoy en día. Muchos de los elementos que consideramos netamente okinawenses no existirían si no fuese por la permeabilidad de su pueblo a las influencias extranjeras. Desde la cocina hasta las artes marciales, todo está marcado por el sello de la diplomacia y la cordialidad. Esta manera de ver el mundo, de relacionarse con el entorno, posibilitó que el reino de RyuKyu subsistiera durante siglos, aun siendo pequeño y muy próspero. No hay otra manera de explicar la supervivencia de un pueblo descrito como mucho más rico que sus vecinos y que, sin embargo, no había tenido voluntad de dominar a otros. A principios del siglo XIX, esta prosperidad terminó por desvanecerse, y la realidad okinawense pasó a ser otra. Por este motivo, es mucho más interesante para la investigación histórica limitar el marco temporal al período entre el tratado de tributo y los últimos años de verdadera prosperidad económica. Sin embargo, considero que las políticas diplomáticas y de cordialidad no se pierden con la desaparición de este bienestar económico. Okinawa, después de todo, sigue siendo un territorio con una idiosincrasia y una cultura diferentes a la del resto de Japón.
Autor:
Bibliografía:
George H. Kerr; “Okinawa, the history of an island people”, editorial Tuttle Publishing.
Adolfo Falero Folgoso; “Política y cultura en la historia de Japón”, editorial Gredos.