La creación de una Nación

El uso de la historia para la consolidación del dominio japonés en Okinawa

Introducción

Japón, territorio insular del extremo oriental asiático, es un país que cautiva al mundo tanto por sus tradiciones y su idiosincrasia, como por estar siempre a la vanguardia de un bien tan preciado en nuestra sociedad como lo es la tecnología. Poseedor de una historia rica en matices, Japón es el ejemplo más paradigmático de lo que implica una transformación acelerada para entrar en la “modernidad”. Para entender el presente de Japón, hay que conocer las decisiones que se implementaron para intentar cambiar la forma de pensar de sus habitantes.

El territorio que hoy en día llamamos Japón pasó por varios momentos de unificación y fragmentación. Previo a este momento, podemos hablar del poblamiento del territorio japonés, dividiendo dos etapas. Una, la de los migrantes desde el norte, similares a los Ainu, y, la otra, la de los pueblos que migraron desde el sur, llamados Wujin por los chinos, quienes introdujeron en el territorio japonés tecnologías como el cultivo de arroz. Ambas poblaciones se mezclaron y coexistieron, formándose clanes que, en mayor o menor medida, se dividieron el territorio. El conocimiento que poseemos de las etapas previas a la primera narración histórica, nos llega gracias a la arqueología, que sustenta las teorías de la mezcla poblacional.

La temprana unificación, hacia el S.IV de nuestra era, junto con la primera codificación de la historia, fue reemplazada por una fragmentación que moldearía la mentalidad japonesa hasta la restauración Meiji. Los clanes adquirieron un papel cada vez más preponderante en la cultura japonesa, siendo los encargados del gobierno de las diferentes “provincias”.

La última gran fragmentación, un período de casi un siglo llamado Sengoku, fue, en gran medida, el período que sentó las bases para el posterior dominio imperialista de Japón, y, posiblemente haya sentado, también, las bases teóricas para el dominio de los pueblos vecinos, con el claro ejemplo del dominio del reino de Ryukyu por parte del clan Shimazu.

El reino de Ryukyu es considerado, hoy en día, como parte indiscutible (salvo por algunos académicos chinos) de Japón, en la forma de la prefectura de Okinawa. Sin embargo, hasta no hace mucho tiempo, poseía una cultura distintiva, con rasgos particulares. El origen de su población es incierto, sin embargo, se sabe que está estrechamente relacionado con el origen de la población de las principales islas japonesas. Testimonio de esto es el idioma nativo de Okinawa, el uchinanchu, el cual está emparentado con el japonés, pero es muy distintivo. Si bien, hoy en día Japón es un país “globalizado”, con una identidad política e instituciones muy similares a las occidentales, durante gran parte de su historia las grandes mentes japonesas y okinawenses miraron hacia China y sus conocimientos.

Primacía del Emperador y justificativo del dominio externo

Muchas de las corrientes de pensamiento que moldearon la identidad del Este asiático de manera profunda se originaron en China. Una de estas corrientes es la del confucianismo. Aún hoy en día se discute si el confucianismo es una religión, una filosofía, o simplemente una forma de identidad cultural, pero lo que no se discute es que sentó las bases, entre otras cosas, de los sistemas educativos pre – modernos del Este asiático, así como, también, de la manera en la que los países del Este de Asia observaron su propia historia. Ahora, bien, Japón poseía, también, su propia religión, sobre la cual se encontró la justificación de la supremacía del Emperador. En la primera codificación histórica, ya se hablaba del origen del Emperador, nombrándolo descendiente de Amaterasu, la diosa del Sol, y dándole un carácter divino al dominio imperial. Esto se mantuvo durante toda la historia japonesa, y cada gobernante extra imperial, como es el caso de los shogunes, gobernó siempre “en nombre del Emperador”. Mantener a la Casa Imperial en el poder se volvió una prioridad completa.

Ahora bien, esta idea, de la primacía del emperador, se relacionó con todos los pueblos considerados emparentados con los japoneses. Por esto, ante una nueva unificación, gracias a Nobunaga, y a sí mismo, el talentoso Hideyoshi decidió emprender la conquista de Corea. Este país había sido considerado por los japoneses, desde siempre, como una sociedad culta, y como la puerta al espacio continental. La ambición de Hideyoshi lo llevaba a pensar que podía competir con China, en ese momento una potencia ya en decadencia. Con el fin de invadir Corea, y, así, expandir tanto su propia nación como el gobierno imperial, Hideyoshi demandó ayuda a todos los territorios que consideraba japoneses, entre los cuales, además de las provincias ubicadas en Honshu, Shikoku y Kyushu, se encontraban las islas Ryukyu. Kerr cita, en su libro “Okinawa: la historia de un pueblo isleño”, la correspondencia entre Hideyoshi y el rey de Ryukyu, Sho Nei. La primera correspondencia es una exigencia por parte de Hideyoshi, de que el reino de Ryukyu mande suministros y hombres para participar en la campaña de conquista de Corea y, posteriormente, de China. A esto, Sho Nei responde:

“De acuerdo a nuestro entendimiento, habiendo subyugado más de sesenta provincias, todo el pueblo japonés ahora paga la debida reverencia y jura su lealtad al trono. Más aún, escuchamos que su autoridad se ha extendido a Corea, a las Filipinas y a otras islas hacia el sur. Ahora, bajo su mandato, todas las personas que habitan dentro de los límites de los cuatro mares están disfrutando de paz y prosperidad…” (George H. Kerr; “Okinawa, The History of an Island people”, página 155, traducción del inglés al español hecha por mi).

En este extracto de la carta de Sho Nei a Hideyoshi se puede ver como el rey de Ryukyu separa a su territorio de la nación japonesa. Okinawa se ubica al sur del territorio principal de Japón, y, si bien hoy en día es una prefectura, fue un reino económicamente próspero. Si bien Ryukyu le debía pleitesía a China, el reino prefería mantener una relación amistosa con todos sus vecinos. Así, cuando los mongoles quisieron invadir Japón, y solicitaron a Ryukyu que proveyese recursos y hombres, el reino también se negó. Habiendo pasado por períodos de fragmentación y unificación similares a los de Japón, Okinawa había optado por desarmar a su población, manteniendo una pequeña clase guerrera (los Peichin) como garantes de la paz, permitiéndoles portar armas. De esta manera, Okinawa se transformó en un reino netamente pacífico, dedicado al comercio.

Ante la reunificación completa de Japón por parte de Tokugawa Ieyasu, y el posterior cierre de las fronteras, en gran medida por los disturbios provocados por el contacto con europeos, no es de extrañar que el clan Shimazu, de la provincia de Satsuma, ubicada al sur de la isla de Kyushu, haya decidido invadir Ryukyu. Habiendo conseguido subyugar la isla de manera relativamente sencilla, Shimazu Iehisa tomó al rey Sho Nei de rehén (el mismo que había intercambiado correspondencia con Hideyoshi), lo llevó a Kagoshima y lo forzó a realizar un “juramento”. Una vez más, Kerr transcribe el documento, que será de vital importancia para analizar el justificativo del dominio japonés sobre Okinawa, de la siguiente manera:

El juramento del rey

1- Las islas de Ryukyu fueron desde tiempos antiguos una dependencia feudal de Satsuma; y por edades hemos observado la costumbre de enviar allí, al tiempo estimado, juncos llevando productos de estas islas, y siempre hemos enviado mensajeros para que lleven nuestras felicitaciones a cada príncipe de Satsuma en su acceso.

Esa ha sido siempre la costumbre; pero en los tiempos de Su Majestad Toyotomi Hideyoshi, nosotros, habitantes de esta isla tan lejos al Sur, fallamos en cumplir con los requisitos hechos sobre nosotros de suministros y servicios; en esto nosotros fuimos negligentes en nuestro deber, y fuimos muy culpables; por lo cual trajimos problemas a nuestras costas. Usted, nuestro Señor Shimazu Iyehisa, mandó un ejército para castigarnos; yo estaba consternado. Fui llevado fuera de mi hogar y me convertí en prisionero en su poderosa tierra; yo, como un solitario pájaro encerrado en una jaula, había perdido todas las esperanzas de volver a mi hogar.

Pero nuestro piadoso príncipe mostró su amorosa gentileza; y mostrando clemencia a maestro y sirvientes cuyo país parecía perdido para ellos, les dio permiso para regresar a sus hogares; no solo eso, sino también les permitió que gobiernen algunas de las islas de su país. Esto es, ciertamente, una bendición; no sabemos cómo mostrar nuestro agradecimiento. Seremos por siempre humildes servidores de Satsuma, y obedientes a todas las órdenes, y nunca seremos traidores para con nuestro Señor.

2- Una copia de este Juramento la conservaré yo mismo y se la entregaré a mi sucesor para que la cumpla y la conserve.

3- Cada uno de los artículos de las ordenanzas ya hechas y aquellas que se harán después por Satsuma para nuestra observación serán fielmente obedecidas por nosotros; y si fallamos, que el Cielo juzgue nuestro pecado sobre nuestra cabeza.”

(George H. Kerr; “Okinawa, The History of an Island people”, páginas 160 – 161, traducción del inglés al español hecha por mi).

En este juramento se puede ver como la idea del dominio histórico es aplicada. Según afirma el documento, Ryukyu debía pleitesía a Satsuma, y, por ende, a Hideyoshi, quien representaba al Emperador. Si bien, esta afirmación es falsa, dado que la conquista de Okinawa por parte de Satsuma ocurrió el mismo año en que se firmó este documento, y, previamente, el reino de Ryukyu era vasallo de China, nos ayuda a comprender como se justificaba el dominio japonés por sobre sus propias dependencias y sobre dependencias extranjeras. A esta situación, siguió, durante el período Meiji, la aculturación del archipiélago de Okinawa, mediante la represión de, entre otras cosas, el idioma local, y las costumbres culturales consideradas de influencia china. Esta situación se puede ver, por ejemplo, en lo que ocurrió con los sistemas de combate sin armas okinawenses, tradicionalmente llamados “Tōde”, o “mano de T’ang”, por haber sido transmitidos a okinawenses por maestros chinos. Dichos sistemas de combate tuvieron que adoptar un nombre en japonés para poder ser aceptados como artes marciales japonesas, y, aunque poseían una antigüedad considerable, se las encasilló en las “Gendai Budō”, o artes marciales modernas, y no en las “Koryū budō”, o artes marciales tradicionales, siendo ésta una categoría reservada para las artes marciales consideradas como “clásicas” de la cultura japonesa. McCarthy, en su traducción, con comentarios, del “Bubishi” describe este período como cargado de un gran sentimiento de repulsión hacia lo “chino”, hablando de los preceptos que se rescataban en esta época, llamados “shushin” (moralidad). Éstos estaban destinados a perpetuar la “Nihonjinron” (niponidad) (Patrick McCarthy; “Bubishi, the classic manual of combat”, parte 1, página 86). Esta manera de pensar se puede transpolar a la dominación japonesa de Corea, donde el justificativo era, justamente, la relación ancestral entre los pueblos, y, por ende, la necesidad de que estén bajo el dominio imperial japonés, “limpiando” su cultura de las influencias chinas.

Modernización de Japón, la nueva Historia y el nacionalismo

Para el S.XIX, Japón tuvo que renunciar a su aislacionismo, dado que una expedición norteamericana abrió los puertos a la fuerza. Este hecho trajo consigo la introducción de las ideas occidentales sobre Estado y Nación, lo cual aceleró la crisis del Shogunato y produjo la restauración Meiji. Japón se moderniza de manera acelerada, reincorporando a la Casa Imperial en los asuntos del Estado, sancionando una constitución, similar a la alemana, y realizando una reforma educativa. Falero afirma que la conformación del Estado-nación japonés ocurre en el período Meiji (Alfonso Falero; “Japón en la Historia del Mundo”) y nos habla de lo extraño de su experiencia modernizadora, dado que es impuesta desde arriba, en vez de ser un resultado de cambios sociales.

Para afianzar este nuevo paradigma, Japón necesita adoctrinar a su población mediante la educación. Los idiomas regionales son prohibidos, con medidas represivas, y se apela, más que nunca, al pasado común como combustible para la génesis acelerada del sentimiento nacional japonés. Para plasmar la existencia de la nueva nación, se genera una suerte de “orientalismo” desde Japón, diferenciándose, sobre todo, de China, a la que se veía como atrasada. De esta manera, se empiezan a usar imágenes relacionadas con China Occidental, tales como camellos, o el desierto, o inclusive edificios antiguos, para generar contraste con el avanzado Japón. Este despertar nacional, que no ocurre solamente en el territorio principal de Japón, sino que también ocurre en Okinawa, como afirma Kerr, y el posterior rechazo a lo “oriental”, se traslada a todas las esferas de la cultura japonesa, como es el caso de los deportes y las artes marciales. Dado que es una de mis áreas de interés, debo mencionar que es en este momento en el que nacen los gendai budo, las artes marciales modernas, que “aggiornan” las prácticas tradicionales a la educación física. Tal es el caso del judo, que proviene del jiujitsu, o del kendo, que proviene del kenjutsu. Lo mismo sucede con el karate, el cual se incluye dentro de la currícula de la educación física, al punto que muchos maestros se transforman en instructores en escuelas primarias. Este es el caso de maestros muy influyentes en el ámbito del karate como Funakoshi Gichin y Tōyama Kanken.

Nuevos paradigmas

El creciente nacionalismo japonés y los éxitos militares contra potencias extranjeras como China, Corea y Rusia, aceleraron el militarismo del país, causando que participe en la Segunda Guerra Mundial, en el bando que, finalmente, perdió. Japón pierde sus dominios de “ultramar”, incluyendo la prefectura de Okinawa, la cual queda en manos de los Estados Unidos. Junto con esta derrota, llega otro cambio, con la aceptación de los crímenes de guerra, y la incorporación de estos a los manuales japoneses de Historia. La historia tradicional se ve desplazada por una historia con perspectiva marxista, hasta la década del 80, cuando el marxismo da lugar a una historia de tinte liberal. Es dentro de esta corriente más reciente que se empiezan a realizar sutiles cambios a los manuales de Historia, restándole importancia, o minimizando, los crímenes cometidos por Japón en la Segunda Guerra Mundial. Un ejemplo de esto es la invasión de China. En varios manuales apareció catalogada como un “avance militar”, restándole firmeza al carácter represivo del régimen japonés para con los chinos. Ante esta situación, el gobierno chino protestó, causando que el gobierno japonés responda que no puede censurar a los editores de libros. Inaga escribe sobre el debate que suscitó este hecho dentro de Japón, y como éste fue traumático, explicando que la izquierda vio cómo el esfuerzo de cincuenta años era echado por tierra, y que la derecha vio todo esto como un sometimiento del gobierno japonés ante presiones extranjeras, y, por ende, como un signo de debilidad (Inaga Shigemi; “Use and abuse of Images in Japanese History Textbooks and Japanese History Textbooks controversy of 2000 – 2001”).

Conclusión

Las islas japonesas, hoy en día sólidamente unificadas, poseen una historia rica, que está plagada de uniones y fragmentaciones. A lo largo del último siglo, la forma en que Japón ve a su propia historia cambió de manera radical, dando lugar a movimientos políticos nacionalistas, y también pacifistas. Hoy en día, con las nuevas situaciones políticas que se viven en la región de Asia del Este, vemos como Japón renueva, una vez más, su manera de ver su propia historia, en pos de tomar una postura más activa de cara al exterior, casi forzado por la nueva retórica nacionalista de China, que busca expandir su territorio en base a reclamos históricos. Esto produce que la zona sea, hoy en día, un punto geopolítico muy importante. Los constantes reclamos chinos alcanzaron a Okinawa, al punto de no reconocer las islas como parte de Japón (Bloomberg News; “China refuses to confirm Okinawa Island belong to japanese”, 8 de Mayo de 2013). A raíz de esto, es importante analizar como la prefectura de Okinawa pasó de ser un reino por fuera de las lógicas del Japón feudal, a un engranaje más dentro de la máquina que es el Japón actual. Los debates historiográficos que se generan en torno a los nuevos materiales no hacen más que reflejar la realidad política de un país que se dice a sí mismo homogéneo, pero que, en realidad, posee más diversidad, tanto de pensamiento, como cultural, de la que le gusta admitir. Posiblemente cada vez sean más los debates que se generen en torno a la nueva función de Japón en su región, dado que, hoy en día, no son pocos los desafíos que se le presentan. Para esto es imperante que Japón siga discutiendo su propia historia.

Bibliografía

– Geoge H. Kerr; “Okinawa, the history of an island people”.

– Patrick McCarthy; “Bubish, the classic manual of combat”, traducción con comentarios.

– Inaga Shigemi; “Use and abuse of Images in Japanese History Textbooks and Japanese History Textbooks controversy of 2000 – 2001”.

– Alfonso Falero; “Japón en la Historia del Mundo”.

– Bloomberg News; “China refuses to confirm Okinawa Island belong to japanese”, 8 de Mayo de 2013, artículo periodístico.

Sobre el autor

Pablo Andrés Moviglia Leibovich

3º kyu AKKKA Jundokan

Estudiante avanzado de Licenciatura en Historia en la UNLP.